Rancho Las Voces: Caricatura / Entrevista a Milo Manara
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martes, abril 24, 2007

Caricatura / Entrevista a Milo Manara

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Dibujo del italiano (Foto: Archivo)

B uenos Aires, 24 de abril, 2007 (Fernando García/Página/12).- Milo Manara todavía recuerda aquella mañana. Sucedió a mediados de los sesenta, en una fábrica de juguetes del norte de Italia. Era invierno y se acercaba la Navidad. En la oficina del dueño, un pibe que no pasaba de los veinte escuchó instrucciones. «Se ha enfermado el tipo que diseña los juguetes y vienen las Fiestas. No hay tiempo para buscar a otro. Vas a tener que reemplazarlo como puedas», ordenó el patrón. Atolondrado, el muchacho asintió y se dirigió corriendo al taller. Cuando abrió la puerta, cientos de ojos se apartaron del trabajo para mirarlo: eran todos ojos de mujer. «Tutte ragazze!», rememora más de cuarenta años después Manara. «Fueron semanas muy divertidas. Desde entonces, he sido siempre un afortunado en ese asunto», dice. En su primera visita a América, el célebre historietista recibe a Página/12 rodeado –cuándo no– de señoritas. La traductora, una morocha atractiva y elegante, se acomoda a su lado en el sofá. El hombre se sienta con un leve gesto de picardía. Viste sobriamente, reparte amabilidad y, por lo que parece, es un tipo con suerte.

Dicen que llegó a Argentina para presentar el estreno de la serie animada City Hunters en la televisión de aire y para dar algunas conferencias. Pero algunos comentan también que se vino desde Italia en barco, ¿es verdad?

Acabo de llegar después de un mes en el océano. Quería hacer este viaje a la manera en que lo hacían los italianos de antes, tomándome el tiempo para entender la distancia. Llegué a Buenos Aires como lo hizo uno de mis grandes maestros, Hugo Pratt, porque quería saber cómo es bajarse en este puerto. Mi forma de trabajar no me impide los viajes. Me llevo los materiales y sigo dibujando.

Aventura: la palabra viborea por todas las páginas de Manara. En este sentido, la marca de Pratt es evidente. Pero la influencia del creador de Corto Maltés ha ido más allá. Pocos saben que, como podría hacerlo el Corto, Manara es capaz de navegar por el Mediterráneo a bordo de un velero que él mismo ha bautizado «Miel», como el inquietante personaje de El perfume de lo invisible. Para la travesía que lo trajo al Río de la Plata, en cambio, eligió convertirse en pasajero de «La Gran Francia», un carguero que desde hace semanas es testigo discreto de su afición por las emociones intensas.

En sus historietas hay un registro erótico, pero también hay viajes, persecuciones, drogas y experiencias fuertes de todo tipo. Como si cada aspecto de la vida pudiera abordarse con esa actitud aventurera...

Dante lo expresa maravillosamente en La Divina Comedia. Cuando en el canto XXVI del «Inferno» habla de Ulises –un personaje muy antiguo, pero que aparece de mil formas en la cultura actual– cuenta cómo él, en su rol de capitán, se vuelve a los marineros y les dice «adelante. No se nieguen a la experiencia. No estamos hechos para vivir como brutos, sino para perseguir la virtud y el conocimiento». En esas palabras se resume el sentido profundo de la aventura... ¿Qué es entonces? Significa levantarse cada mañana con la idea de retomar ese camino de “virtud y conocimiento”. Lo que se nos pide en general es lo contrario, es decir, que salgamos de la cama para ir a trabajos que no nos interesan. Entonces, a mí me parece que la aventura contiene un germen de revolución. Y el erotismo está muy ligado a esto, porque es uno de los caminos para la liberación y el reconocimiento del sujeto. Erotismo es la energía vital danzando. Es esa fuerza que en India algunos llaman «El baile de Shiva», por su potencia de destrucción y construcción.

Sin embargo, en las ciudades actuales el «destape» de lo erótico parece convivir con un clima de frustración colectiva... ¿cómo percibe esa ambigüedad?

Yo no sé si ahora hay mayor o menor erotismo que antes. Tampoco estoy seguro de que sea algo más intenso que lo que vivíamos en los sesenta y los setenta. Lo que sé es que las cosas vinculadas al sexo se han hecho más evidentes, más visibles. Ese «salir a la superficie» ha permitido que aparezca un aspecto lúdico del erotismo que es muy interesante. Es sólo una impresión personal, no soy especialista en este tema...

¿No? De algún lado debe sacar ideas para sus obras, después de todo...

Mire, es cuestión de estar atento. Mis modelos son las millones de mujeres que todos los días caminan por la calle. Obviamente, me doy cuenta de que tengo una perspectiva personal, que ha ido cambiando un poco a través de los años. Ultimamente, para ser sincero, tiendo a dibujar a las chicas más alargadas, como si fueran más altas. Supongo que es porque pasa el tiempo y me estoy achicando (risas). Me achico, pero ojo, igual siguen llegando a mi casilla de mail fotos de señoritas que se postulan para trabajar conmigo..., es divertido.

Y sugerente, porque estas mujeres saben que su mirada hacia ellas será muy particular. ¿Cómo resuelve ese conflicto con sus amigas?

Aún si hago foco en mis amigas, la mía es una perspectiva erótica. No existe relación entre un hombre y una mujer que esté privada de esa tensión. Esa electricidad que los dos seres generan no significa necesariamente contacto físico, pero sí una atracción. Es un intercambio intelectual, que hace que tu amiga se vuelva más interesante y más intrigante si es capaz de compartir el juego. En todo caso, uno decide esa amistad con el cerebro. Pequeño detalle: ¡el cerebro es el principal órgano sexual!

En sus comienzos, usted estuvo en contacto estrecho con algunas agrupaciones políticas de izquierda. ¿Cree que sigue en pie la figura del «artista comprometido»?

En mí ha permanecido. Ya no está la intransigencia juvenil, porque cuando uno envejece desarrolla una mayor capacidad para tener en cuenta las razones del otro. Pero me he mantenido más o menos como era a fines de los sesenta. Trabajar junto a Hugo Pratt en Verano Indio y otros proyectos me hizo entender muchas cosas; él estaba convencido de que las ideas políticas pueden transmitirse también a través de una buena historieta de aventuras. Al mismo tiempo, uno tiene que tener conciencia de que el hecho de conocer una técnica –como el dibujo– no puede dar a nadie el derecho de bajarle línea a otra persona. Yo simplemente trato de divertir al tipo que lee, sabiendo que muchas veces el potencial político llega por medio del ejemplo y de una buena narración.

En estos tiempos en los que el cine de animación está absorbiendo a tantos dibujantes, ¿qué futuro tiene la historieta?

La mayor potencia de la historieta está en su pobreza. Para hacer una, hacen falta solamente ideas, papeles y un lápiz. Justamente lo contrario que pasa en el cine, donde muchísimos aspectos creativos están subordinados a las posibilidades económicas. Todos los días escuchamos que se viene una gran crisis de recursos, que nuestra forma de vida no será sostenible cuando China e India entren a disputar los bienes de consumo. Yo creo que en un escenario así las viñetas están llamadas a cumplir un papel muy importante. Son baratas y pueden ofrecer libertad a los que menos tienen.

El cómic erótico trabaja con el pensamiento y la sensualidad de manera simultánea. Después de tantos años de experiencia, ¿cómo interpreta la relación que hay entre ambos mundos?

Todo pasa por la inteligencia. Sin seres inteligentes no hay seducción. La hermosura que se puede encontrar en un cuerpo tiene que ver con una forma de percibirlo, y eso ya es pensamiento. Cuando era más joven, a veces apuraba el paso para alcanzar a la chica que caminaba delante de mí. Me intrigaba conocer qué había del otro lado de esa belleza visible. El tiempo que mediaba entre la decisión de seguirla y el hecho de conocer su cara era y es terreno de la fantasía, un juego en el que la imaginación construía a piacere. Después usé eso para dibujar. La inteligencia aquí no está relacionada con lo complicado ni con tener una «cultura formal», sino con darse la posibilidad de jugar. Una de las emociones más intensas que yo tuve en el plano erótico se dio de forma muy simple, una vez que sorprendí a una señorita quitándose la bombacha. No se le vio absolutamente nada. Pero está todo acá. Tutto qua (se señala la cabeza varias veces).

Cuando el entrevistado termina esta frase, alguien le acerca un libro para que lo firme. Manara, birome negra en mano, ubica su autógrafo en un costado y comienza a dibujar en el centro de la hoja. En pocos trazos se hace visible una figura femenina desnuda. Y tiene un rostro sospechosamente familiar.

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