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Antes de llegar a México creó varias series fotográficas, algunas tomadas en su natal Aracataca, Colombia. (Foto: Cortesía Fundación Leo Matiz )
C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de mayo de 2012. (RanchoNEWS).- Una vez soñó que perdía el ojo. Que un ángel se lo llevaba volando. Que él corría detrás del ángel pero no podía recuperarlo porque, a diferencia de aquel, él no podía volar. El mal sueño se hizo realidad en 1978: Leo Matiz salía de un banco en Bogotá y el puñetazo de un ladrón, quien se llevó sus cámaras, le ocasionó la pérdida de la vista en su ojo izquierdo. Fue un dolor tan fuerte como el que sintió al perder a su hijo. Una nota de Sonia Sierra para El Universal:
Era uno de los fotógrafos más importantes de América Latina: había sido reconocido como tal aquí en México, donde vivió entre 1941 y 1947; era el otro gran hijo de Aracataca, Colombia, donde nació en 1917, una década antes que Gabriel García Márquez. Los dos museos más grandes del pueblo llevan sus nombres.
Leo Matiz y García Márquez también tuvieron en común que México fue el país donde llegaron a desarrollar una parte fundamental de su obra. Matiz, muerto en 1998, quería venir a morir a estas tierras en las que creó algunas de sus series fotográficas más destacadas, donde se consolidó como reportero gráfico y formó parte del grupo de artistas que marcaron una época irrepetible, donde encontró grandes amigos y recibió el impulso de otros colombianos que ya estaban aquí, como el poeta Porfirio Barba Jacob (autor de Canción de la vida profunda), quien lo vinculó a la revista Así.
Surrealista fue su vida. Ese calificativo a menudo lo utiliza la hija del fotógrafo, caricaturista y pintor colombiano. Alejandra es quien promueve la obra de su padre; por ejemplo, por estos días coinciden en México tres exposiciones en el Museo Nacional de Arte, en el Club Alemán y en la galería Patricia Conde; en 2013, cuando se cumplirán 15 años de su muerte, ya se piensa en una muestra en el Museo Nacional de Colombia.
Además de surrealista, también Alejandra dice a veces «macondiano», y enumera ejemplos que justifican el uso de cualquiera de esas dos palabras: que el artista nació en un caballo, que a los tres años relató a su madre, Eva, esa historia de su nacimiento; que ella fue la que le enseñó a leer y a escribir; que su padre, Tulio, le narraba antes de dormir las peripecias de Don Quijote; que fue campesino y cazador hasta los 12 años; que emprendió un viaje a México y se tomo dos años en llegar a este país; que se casó siete veces; que se enfrentó en un duelo por el amor de una mujer; que fue amigo de Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco y que, en cambio, Siqueiros, a quien demandó por no darle crédito por su trabajo, le saqueó y quemó su estudio fotográfico, además de que lo acusó de pertenecer a la CIA.
En blanco y negro
Matiz todo lo pintaba desde niño. Hacía caricatura, pero acabó en la fotografía. Junto a un acervo de 150 mil fotografías se guardan 450 pinturas y caricaturas. Están en su mayoría en las sedes de la Fundación Leo Matiz, en Bogotá, y en Jilotepec, estado de México.
Antes de llegar a México creó varias series de fotos, algunas de Aracataca, e hizo su mítica imagen, La red, en el río Magdalena, que muestra al pescador en todo su esplendor, en un blanco y negro cargado de contrastes.
«En Aracataca, ese pueblo mágico que el mundo entero conoce, tomó las fotos años antes que Gabo escribiera la novela (Cien años de soledad). En su fotografía, Macondo es un pueblo real. Así eran el cartero, el telegrafista, el general. En su familia fueron ocho hermanos de una mujer muy fuerte, tolimense, Leo Matiz fue el primero. Se llamaba Leonet. Lo bautizaron hasta los 12 años. Todo mundo le dijo al abuelo: ‘ese muchacho vale la pena, mándelo a estudiar’, entonces lo bautizaron para que pudiera entrar al colegio».
De Aracataca pasó a Santa Marta, luego a Barranquilla, después a Bogotá. En el inter trabajó incluso para los ferrocarriles.
«Venía como un toro, a triunfar. Entró a ciudad de México con una suerte increíble», cuenta Alejandra Matiz y detalla hechos de su estancia en estas tierras: en 1941 hizo un reportaje acerca de Las Islas Marías al lado de Luis Spota, que apareció en la revista Así. Retrató a algunos de los grandes artistas nacionales. Conoció, compartió y aprendió con Gabriel Figueroa y Manuel Álvarez Bravo. Fumó mariguana con Agustín Lara. Tuvo amores con María Félix. Estuvo con Neruda.
Luego, fue fotógrafo para Life y Selecciones, entre otras revistas. Esta tierra lo vinculó no sólo con el periodismo gráfico de Estados Unidos, sino que lo llevó a trabajar desde Nueva York para todo América, a ser parte de Naciones Unidas, a viajar a Oriente Medio.
Como reportero gráfico fue testigo de hechos tan diversos como el festejo por la liberación de París en 1944 –tema de las exposiciones en el Munal y en la galería Patricia Conde–, la creación del estado de Israel, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en abril de 1948 o la caída de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, donde coincidiría con su coterráneo García Márquez, a finales de los años 50.
Apasionado por las cámaras –tuvo más de 300–, Leo Matiz hacía el proceso completo de toma, edición, revelado de sus fotos. En el trabajo con el blanco y negro, exploró todas las posibilidades de los contrastes y los grises. En sus manos, dice Alejandra, «la foto se convertía en un cuadro. En Leo Matiz había también un artista surrealista. Manejaba muy bien las cámaras, la luz, utilizaba la cámara como si fuera un lápiz, experimentaba. Desde antes llegar aquí comenzó a hacer abstracción geométrica».
Dos años antes de morir, animado por su hija regresó a México, el reencuentro con este país le animaría. Hizo nuevas series, libros, exposiciones. Hoy este país, donde creó alrededor de 10 mil fotos, conserva casi todo su acervo.
«En Colombia no hay apoyo. Aquí me ayudan para digitalizar, me asesora la UNAM, México ha sido muy generoso. En Colombia es distinto, tiene menos recursos, tal vez. Al final de su vida, no pudo volver a México, estaba muy enfermo. Entonces me mandó aquí, se volvió mi misión de vida. Ahora una empresa mexicana nos patrocina, tenemos a tres investigadores de la UNAM, son siete personas que participan en la conservación y clasificación de su obra; alrededor de 200 negativos por día, se retocan y se organizan. Los investigadoras documentan también donde salió cada foto y cuándo», dice Alejandra Matiz.
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