.
Riccardo Chailly, de 60 años, sustituyó a Daniel Barenboim, quien renunció a la dirección musical de La Scala de Milán. (Foto: Archivo)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 7 de enero de 2015. (RanchoNEWS).- El despido colectivo de los 182 artistas corales y orquestales del Teatro de la Ópera de Roma, anunciado en octubre, terminó por ser revocado gracias al acuerdo entre la fundación del teatro y los sindicatos, por el cual los mismos trabajadores votaron abrumadoramente a favor. Reporta desde Roma para La Jornada Alejandra Ortiz Castañares.
El contrato, que hasta ahora había sido saboteado por los sindicatos y cuyo estatuto entró en vigor el primero de enero 2015, está diseñado para solucionar tres puntos centrales: económico, productivo y de regulación sindical, en medio de un clima laboral encrespado que había generado huelgas proverbiales, que según el acuerdo serán definitivamente truncadas.
Todo este esfuerzo deberá llevar al resurgimiento del teatro y a su equilibrio presupuestal en 2016, permitiendo a su vez reflexionar en la modalidad de gestión de los demás teatros líricos en problemas.
Con estas medidas se ahorrarán los 3 millones de euros destinados a los despidos, pero para ello los trabajadores renunciaron a beneficios insostenibles relacionado con el salario accesorio.
Según el superintendente del Teatro de la Ópera, Carlo Fuortes, «el costo del personal es de 76 por ciento respecto del valor de producción, mientras en La Scala y La Fenice de Venecia se mantiene en 57 y 56 por ciento, respectivamente».
Degradación institucional
Alberto Mattioli, del periódico La Stampa, observa el caso con ojo crítico, poniéndolo como emblema de la degradación institucional que recuerda el filme Prueba de orquesta, de Federico Fellini, donde «catastróficos superintendentes han gestionado este y otros teatros con sistemas entre el borbónico, el clientelista y el mafioso. Se sabe que en Italia –continúa el periodista– por decenios después de las elecciones administrativas, al más despierto de los perdedores le tocaba la Administración Sanitaria Local y, al más idiota, el Teatro de la Ópera». A lo cual se agrega «una minoría ruidosa de trabajadores capaz de bloquear todo, incluyendo el empleo de la mayoría».
Es precisamente esta mayoría la más dañada. Silvano Conti, coordinador nacional de la Confederación General Italiana del Trabajo en cultura y espectáculos, acepta: «Firmamos con pesar el acuerdo, porque los contenidos que nos llevaron a salvar los 182 puestos empeoraron respecto de aquel formulado en julio, cuando los trabajadores no perdían siquiera un euro».
Junto a las irregularidades de gestión y de conflictos internos, en el mapa se asoma el problema de la productividad, que según el mismo Mattioli «es la más baja del mundo». Ahora, en el Teatro de la Ópera cada componente se convertirá en un ser flexible, dispuesto a entregarse sin reglas ni límites burocráticos para que la enorme máquina lírica no se desangre y siga caminando. Se romperán privilegios, como el del profesor de orquesta, que podrá ser convocado, como nunca antes, los martes, o podrá cubrir papeles distintos.
La dificultad de las fundaciones líricas en Italia es su cantidad, 14 en total, que aunque son una riqueza, dispersan los recursos económicos, a diferencia de otros países que cuentan con uno o dos teatros de excelencia.
Otras fundaciones líricas en peligro son Bari y Nápoles; sin embargo, existen teatros que sí funcionan, como La Fenice de Venecia y el Teatro Regio de Turín, y en música, la Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia.
El Teatro de la Ópera de Roma ha recuperado la paz y se espera que empiece un nuevo curso de su historia.
Números rojos
La Scala de Milán, uno de los teatro más prestigiosos del mundo, inauguró como cada año el 7 de diciembre –día de San Ambrosio, patrón de la ciudad–, pero se anuncia una temporada difícil.
Por primera vez en 10 años, La Scala presenta déficit, lo que coincide con cambios internos importantes: desde la cercana renovación de su consejo de administración, la reciente partida del superintendente Stephane Lissner para dirigir la Ópera de París, como también la partida de Daniel Barenboim, «después de nueve años maravillosos», según afirmó, como director musical.
Barenboim, a partir del primero de enero, fue sustituido por el milanés Riccardo Chailly (1953), director de orquesta de fama mundial, discípulo y asistente de Claudio Abbado, quien lo hizo debutar en La Scala en 1978, aún muy joven, dirigiendo Los Bandidos, de Verdi.
El nuevo superintendente, Alexander Pereira, por su parte, con un año de contrato (aunque espera quedarse hasta 2019), tendrá que demostrar habilidad para solventar obstáculos que incluyen las dificultades de apoyo económico de la Provincia de Milán, además del anunciado aumento fiscal que pasará a 77 por ciento para las fundaciones bancarias; por tanto la Fundación Cariplo (que cada año aportaba 6 millones 250 mil euros) advirtió que, de ratificarse la norma, reducirá su apoyo. Todo esto amenazaría nuevas plazas de trabajo.
Pero el austriaco Pereira no se amilana: «No vine para hacer el funeral de La Scala, sino para ayudar a su engrandecimiento. Desde que llegué he recaudado 6.3 millones de euros de patrocinadores privados». Además, asevera que buscará apoyo de fundaciones extranjeras, aumentará la producción y emprenderá un programa que abrirá la oferta a un público más vasto que incluya a niños, jóvenes y estudiantes.
REGRESAR A LA REVISTA