.
La fotógrafa y Picasso en París, 1944, tras la liberación de París. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 3 de junio de 2015. (RanchoNEWS).- No es sorpresa enterarse de que cuando Pablo Picasso conoció a Lee Miller, saltaron chispas: de él se podría decir que era el pintor más importante del siglo XX, y ella tenía una vida igualmente extraordinaria como modelo, fotógrafa surrealista y corresponsal de guerra. Ahora su amistad es tema de una exposición en la Galería Nacional del Retrato de Escocia. Holly Williams escribe para The Independent traducida por Jorge Anaya para La Jornada.
La pareja se conoció probablemente en algún momento entre 1929 y 1932, cuando Miller tuvo una aventura romántica con Man Ray, amigo de Picasso. Además de captar algunas imágenes fascinantes de la belleza estadunidense, Man Ray impulsó a Miller en su propia senda artística.
Miller y Picasso «en realidad no tuvieron una relación hasta que se reunieron en 1937, en unas vacaciones en la playa, en el sur de Francia», relata Antony Penrose, hijo de Miller, quien, después de descubrir una enorme colección de fotografías empolvadas y olvidadas en el ático de su casa luego que ella murió, en 1977, se lanzó a restaurar su fama. Ahora dirige los Archivos de Lee Miller, y de la vasta sección de fotografías de Picasso –unas mil 100 en total–, ha ayudado a seleccionar 100 para la muestra. Se les presentará junto con su (bastante más abstracta) imagen en espejo: los retratos que Picasso pintó de Miller.
Al preguntarle si pudo haber un romance entre ellos, Penrose responde con entusiasmo: «Oh, sí, claro. Definitivamente». Esto, pese a que Miller vacacionaba en la villa de Picasso en Mougins junto con su amante Roland Penrose, más tarde su marido, padre de Antony y biógrafo del pintor. Otros del círculo íntimo eran la amante de Picasso, Dora Maar; Man Ray, el ex de Miller, y la nueva pareja de éste, Ady Fidelin.
«Todos se compartían unos a otros; intercambiaban parejas con fluidez y sin celos, y se divertían mucho haciéndolo, insiste Penrose. Miller era el alma y corazón de las excéntricas reuniones; su belleza de chica de portada de Vogue capturó el famoso ojo perspicaz de Picasso.
«Claro que era muy bella, pero eso en sí mismo no le bastaba a Picasso, sostiene Penrose. Lo importante es que tenía esa tremenda calidez de personalidad; era la persona que siempre hacía reír a todos. También tenía un ingenio rápido, muy estadunidense: la famosa salida mordaz neoyorquina, el comentario punzante».
Sea que hayan tenido un idilio de vacaciones o no, sin duda ella se volvió una musa temporal para él: Picasso pintó una serie de seis coloridos retratos de Miller, uno de los cuales –Retrato de Lee Miller como La Arlesiana– fue adquirido por Roland Penrose para ella. Solía colgar en la casa de ambos; ahora formará parte de la exposición.
Miller adoraba los retratos. «Le encantaba tener ese cuadro en nuestra casa», recuerda Penrose. «La gente le decía con franqueza: ‘es una revoltura, mi niño de tres años pudo haberlo hecho’ –era el comentario típico sobre Picasso en ese tiempo–, pero a ella no le importaba en absoluto lo que la gente pensara de él. Decía: ‘míralo de cerca y encontrarás mi sonrisa’. Y si uno en verdad lo miraba de cerca se veía el hueco entre sus dientes.»
Hallazgo de 60 mil imágenes
La amistad de Miller y Picasso sobrevivió en los años oscuros que vinieron después. De hecho, una de las imágenes más asombrosas de la muestra es de ambos reunidos en la liberación de París, en 1944, abrazados y mirándose con sonrisa radiante. Tras llegar con soldados para documentar la ocasión, una Miller con uniforme –quien no había recibido noticias de si su amigo estaba vivo o muerto– llegó directamente al estudio de Picasso en París, y allí lo encontró. « Él hizo un comentario maravilloso: ‘el primer soldado aliado que veo es mujer… y eres tú’».
El papel de Miller como intrépida fotógrafa de guerra ha ayudado a restablecer su fama póstuma: antes de que Penrose encontrara esas cajas retacadas con unas 60 mil imágenes y negativos, pocos recordaban su trabajo. Y es muy posible que ella lo quisiera así: después de la guerra vivió calladamente en una granja en Sussex, pero sus experiencias directas en el frente y en los campos de concentración la perseguían: además de alcoholismo, su hijo cree que padecía síndrome de estrés postraumático.
La fotografía más famosa de Miller de esa época es un autorretrato en el que se lava, desnuda, en el baño de Hitler. Tal vez sea una imagen de guerra, tan poderosa e inquietante como cualquiera, pero también típica de su estilo personal de narración visual.
Después de la guerra, Picasso fue una presencia constante en la granja de Lee y Roland Penrose. Éste se volvió un campeón de la obra de Picasso y escribió su biografía. Ella tomó muchas fotos para ilustrar el trabajo de su marido: «ella era una especie de cronista, pero lo hacía con mucha generosidad, cuidando que siempre hubiera algo de lo que [Roland Penrose] pudiera partir. La fotoperiodista en ella volvía por sus fueros».
Muchas de las imágenes de la exhibición son notables por su sencillo intimismo. Miller logró la cercanía que sólo un amigo querido puede obtener. Ver a Picasso jugando en el mar con su hijo es ver a un padre, no a un titán del arte. Una toma lo muestra lanzando una mirada amable e inquisitiva a Antony Penrose, entonces un jovencito, sentado en su regazo.
«Yo sabía que era alguien especial, porque era especial para mí», relata Penrose. «Era una persona increíblemente cálida, apapachadora y amigable, que amaba a los niños y a los animales. Yo no tenía idea de quién era; mis padres nunca hicieron aspavientos al respecto».
REGRESAR A LA REVISTA