Rancho Las Voces: Libros / Argentina: Empieza hoy la 11° Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires
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miércoles, noviembre 08, 2017

Libros / Argentina: Empieza hoy la 11° Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires

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Bernardino Avila
Ral Veroni, Alberto Magnasco y Víctor Aizenman, tres de los expositores de la Feria. (Foto: Bernardino Avila)

C iudad Juárez, Chihuahua. 8 de nooviembre de 2017. (RanchoNEWS).- El ya tradicional encuentro entre libreros anticuarios y lectores bibliófilos se desarrollará desde hoy hasta el domingo en el Centro Cultural Kirchner, con entrada libre y gratuita. Se verán ediciones únicas, ejemplares coleccionables e incunables. Silvina Friera escribe para Página/12.

La rareza es bien «anarcoperonista. El tipógrafo y poeta anarquista Ángel Robustillo (1912-2003), opositor al gobierno justicialista, empezó a componer «La Marcha Anagramática Peronista» en 1954. El golpe del 55 lo hizo cambiar de opinión o dejó de juzgar con severidad al peronismo y no terminó la letra. Robustillo recompone los cuatro emblemáticos versos iniciales -«los muchachos peronistas/ todos unidos triunfaremos,/ y como siempre daremos/ un grito de corazón:/ ¡Viva Perón! ¡Viva Perón!»- y su marcha se inicia así: «Tras salchichón espumoso/ dios fomentó su dar intruso,/ y semi esmero comprado/ un codazo regritón:/ ¡Vivan peor! ¡Vivan peor!». El editor responsable de esta joyita de solo 100 ejemplares –que se venderá a 100 pesos cada uno– es el escritor, artista y galerista Ral Veroni, dueño de la Galería Mar Dulce, uno de los expositores de la 11° Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires, que empezará hoy en el Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151) y se extenderá hasta el domingo, con entrada libre y gratuita.

Esta fiesta de los amantes de las ediciones únicas, de ejemplares coleccionables, de libros dedicados o con grabados, de fotografías antiguas, de mapas y afiches, de obras del siglo XV y títulos de las vanguardias artísticas y literarias del Siglo XX es cada vez más inclusiva. En la Feria, organizada por la Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina (Alada), se exhibirán y venderán ejemplares raros de Jorge Luis Borges, Domingo Faustino Sarmiento, Oliverio Girondo, Alejandra Pizarnik y Erasmo de Roterdam. Los libreros que participarán de esta edición son Alberto Casares, Alberto Magnasco, Anticuaria «Poema 20», Aquilanti & Fernández Blanco, Galería Mar Dulce, Helena de Buenos Aires, Hilario, Luis Figueroa, M. Rúa Vidueiros, La Librería de Avila, Librería El Escondite, Libros La Teatral, Los Siete Pilares, Rayo Rojo, The Antique Book Shop The Book Cellar & Henschel y Víctor Aizenman.

En la Galería Mar Dulce, Veroni, el anfitrión, recibe a Magnasco y Aizenman. «Mi padre era un artista plástico, enamorado del arte del libro, que puso una imprenta en mi casa, en lo que era mi dormitorio, y a mí me pasaron al comedor. Viví rodeado de imprenta, arte y libros», cuenta Veroni a Página/12. «Cuando empecé como artista plástico, hice libros de artista, que es una rama de la bibliofilia. La cuestión es que luego de mi derrotero por varios lugares, cuando volví al país puse en orden la obra de mi padre y encontré un acervo de libros de bibliofilia que hizo él. Ahí refloté el sello Urania, que mi padre había creado en 1943, e ingresé a los libreros anticuarios para mostrar la obra de mi padre. A eso se cruza que soy escritor y galerista y varias cosas más que rondan alrededor de la misma órbita: el arte y el libro». Hace cuarenta años que Aizenman se dedica al libro antiguo. “Yo empecé muy joven como bibliotecario y con el tiempo trabajé en la librería anticuaria Monserrat, por Tribunales, que había sido instalada por un suizo alemán que era un gran coleccionista. Después trabajé en Librería de Antaño, hasta que abrí mi propia librería en 1985». Magnasco heredó una buena biblioteca de libros franceses, la piedra angular de su devoción. «En el 2000, después de unos avatares personales y económicos, me dije: ‘me voy a dedicar al libro’. Y en principio, al libro francés ilustrado, que es una manía que comparto con Víctor, manía complicada que nos sigue dando un enorme placer, aunque comercialmente no tiene tanto éxito», reconoce Magnasco. Aizenman, el otro maniático del libro francés, recuerda que «las grandes bibliotecas argentinas fueron bibliotecas francesas». Veroni coincide y amplía la cuestión. «La clase patricia se educó en la cultura francesa y esa es la gente que fomentó el libro de bibliófilo argentino desde muy temprano. En esta clase patricia alguien traducía un poema de Mallarmé y hacía veinte ejemplares y necesitaba un ilustrador que lo ilustrara, una imprenta que los hiciera y el papel. Colombo, una imprenta señera, tenía la particularidad de hacer los libros en tiradas muy pequeñas, encargada por esa persona que tenía un buen pasar y quería regalar los libros a sus amigos. En general, no eran libros para vender. Después estaba la sociedad de bibliófilos que hacía libros estrictamente para sus asociados. Los colofones de Colombo eran muy graciosos: ‘este papel debió zarpar del puerto de Róterdam tal día, pero como los alemanes tomaron el puerto se demoró la salida’... Los colofones son historias en sí mismas».

El que tiene más años como anticuario advierte una paradoja. «El libro para bibliófilo nace de antemano con un número de ejemplares limitados, es un libro de edición más artesanal que industrial. La bibliofilia en general no se detiene únicamente en ese tipo de edición. La imprenta es básicamente multiplicadora y la bibliofilia busca lo único, lo limitado –compara Aizenman–. Una cosa es hacer deliberadamente algo escaso para generar un interés y otra cosa es buscar lo único. La bibliofilia tiene que ver con la búsqueda de lo individual, de lo intransferible, por eso se puede valorar que un ejemplar vaya acompañado por un grabado o por un dibujo original del autor o del lector, depende quien sea el lector. La palabra incunable es bastante representativa porque es lo que proviene de la cuna. El bibliófilo lo que busca es el origen».

Veroni revela que muchas veces le preguntan por qué participa en una Feria del Libro Antiguo cuando exhibe ediciones «nuevas». «Mi padre empezó haciendo libros en el año 36 y yo continúo con eso. Quizá mi hija se vuelva librera anticuaria. No lo sé, pero continúo con un arco de producciones que no necesariamente tienen que ver con el libro antiguo. Es el libro hecho artesanalmente, en ediciones limitadas, con buen papel, en esa tradición». Aizenman lanza una gran definición, después de escuchar a su colega: «el libro es como una ópera: un espectáculo total que condensa muchas cosas en función de un único objeto. No hay que tenerle miedo a la palabra objeto. Cuando se habla del libro como objeto, hay mucha gente que se altera. Se tiende a creer que el texto es una entidad virtual que circula no se sabe cómo, pero resulta que el texto es inseparable de su soporte. Y ahí es donde aparecen los impresores y los artistas».

Aizenman llevará a la Feria el número uno de la revista Prisma, creada por Borges en 1921, un joven entonces contaminado por el entusiasmo del ultraísmo, que conoció en España a través de las tertulias de Cansinos-Asséns, Isaac del Vando o Adriano del Valle. Prisma se presenta como una «hoja mural que dio a las ciegas paredes y a las hornacinas baldías una videncia transitoria y cuya claridad sobre las casas era ventana abierta frente a cielos distintos». El librero aclara que es una pieza «inhallable», un ejemplar que además está firmado por Borges. En el menú aizenmaniano hay dos primeras ediciones de Pizarnik, dedicadas por ella: Las aventuras perdidas y La tierra más ajena. Magnasco mostrará una edición francesa de la Historia de los Jesuitas en el Paraguay y un libro en inglés que tiene que ver con la cría de pollos y gallinas con unos grabados «maravillosos». Además de «La Marcha Anagramática Peronista» –que aspira a convertirse en el best seller de esta Feria–, Veroni preparó una edición especial de El corazón empurpurado de Christian Ferrer, un texto sobre dos mujeres: América Scarfó, la novia de Severino Di Giovanni y Susana Valle, la hija del general Valle. «El libro francés ilustrado, desgraciadamente, tiene un valor muy caro y a veces me digo: ¡Qué suerte que no se venden porque los puedo seguir disfrutando! Pero nunca he lamentado demasiado tiempo el haber vendido un libro que he querido –confiesa Magnasco–. Son diferentes amores y los podés reemplazar».


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