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lunes, marzo 29, 2004

El sendero luminoso de Roberto Ampuero


La Nación, Lunes 23 de Febrero de 2004 , pag. 44-45-46


“Lo que gano escribiendo me sirve para pagar el cloro de la piscina”, ha dicho el escritor chileno más vendido de los últimos doce meses. Es que este ex comunista, para el que no había más alternativas que ‘tomar las armas y hacerse proletario’, se ha transformado, antes que todo, en un empresario de sí mismo. Alguien que ha tenido la capacidad para vivir cerca del Olimpo, aunque al cabo de treinta años los dioses hayan cambiado.

Por Felipe Saleh



Las fotos que aparecen de Roberto Ampuero en la prensa escrita chilena son muy similares. Está retratado con una expresión de calma, de un hombre sin sobresaltos. Enfocado desde cerca, se le escapa una sonrisa leve por el lado derecho de la cara, y si la foto es grande, mirándola por algunos segundos es posible descubrir que está bien vestido.

En una imagen del ‘97 aparece como empresario, (tenía una pequeña inmobiliaria), usando chaqueta de buen corte, con botones dorados, encima de unos jeans. Ahora, en el retrato de su última novela, usa un sueter negro y el pelo más corto. Se ve joven, representa bien los cincuenta años que tiene. De vivir en el país lo invitarían a los programas para hablar de sexo.

El autor reside actualmente en el oeste de Estados Unidos donde lleva una vida académica tan estimulante como la de un vaquero: tiene un master en literatura en la Universidad de Iowa, y es candidato a doctor en la misma institución por la que han pasado varios chilenos, entre los más célebres José Donoso y el poeta Oscar Hahn, que es profesor titular. Iowa es algo de lo bueno que puede pasarle a un escritor.

Alberto Fuguet, portada de Newsweek el 2002, y Alejandra Costamagna, novelista y colaboradora hasta hace poco de la taquillera revista Gatopardo, son dos talentos nacionales que asistieron a la última versión del Programa Internacional de Escritores.

Ampuero volvió para seguir avanzando, pero el programa como tal, implica sólo una temporada de tres meses en que los seleccionados tienen la obligación de dar alguna conferencia, y el resto del tiempo pueden ocuparlo a su antojo.

Con esto está ganando prestigio, como un economista con pasajes para estudiar en Chicago o un futbolista con un club por defender en Italia. Quizá esta imagen, ampliada al jugador tipo Mauricio Pinilla que hace uno que otro gol los domingos, es la que más se parece a su condición actual de hombre conocido en el exterior. No es famoso como Isabel Allende, pero está bien encaminado para serlo.

Cuando dice “lo que gano escribiendo me sirve para pagar el cloro de la piscina”, admite que peca de siútico. Pero la frase le sirve, primero para responder a quienes hablan de sus ventas como si fueran plata mal avenida, o el pecado capital de un artista. Y segundo, para confesar sin miedo que escribe simplemente por gusto. Descontando las 17 mil copias de “Los Amantes de Estocolmo”, que lo acreditan como el escritor más vendido en Chile durante el año pasado, y el resto de su producción, que se compra por decenas de miles, Roberto Ampuero es un hombre feliz, a pesar de que la crítica no lo ha tratado bien.

Alvaro Bisama, del Qué Pasa, comentaba que “Los amantes...” era “una novela íntima que termina como policial burda. Un relato ambicioso, fallido y mediocre, sin demasiado que decir. Ampuero -igual que su personaje- se pierde en devaneos inútiles, citas a la alta cultura, la tradición literaria, la música clásica, la pintura moderna y una serie de referentes que supuestamente dan estatus social al narrador, pero que lo delatan como un nuevo rico o un arribista cultural... Puros lugares comunes, iluminación ineficaz, prosa menos que correcta y ninguna buena idea a la vista”.

Pero al final del día Ampuero ha publicado ocho libros y está consagrado como novelista policial. Tanto, que capítulos de la saga protagonizada por su personaje Cayetano Brulé, están disponibles en Francia, Italia, Alemania, Portugal y España.

Sus pretensiones literarias cuajaron hace once años cuando ganó el concurso de novelas que organiza El Mercurio. En 1993, se editó “¿Quién mató a Cristián Kunstermann?”, historia del crimen perpetrado por un grupo de izquierda contra un ex militante por haberlos traicionado políticamente. No será la última vez que Ampuero deslice el tema de la culpa en alguna novela.

Cristóbal Passos, el protagonista de la más reciente, es un escritor latino instalado en Suecia, que vive un fuerte conflicto interno al experimentar la conversión política y personal. Su autor está contento con “Los Amantes de Estocolmo”, se superó a sí mismo con un libro reflexivo, de descripciones largas, escrito con técnica narrativa.

Para llegar a un buen nivel se necesita tiempo y Ampuero no lo ha desperdiciado. Su carrera de narrador empieza hace treinta años y algunos meses.

Por los caminos que se abren
En el balance anual que hacen del IWP (International Writers Program), al que Ampuero asistió en Iowa entre agosto y noviembre de 1996, gracias a una beca de la Fundación Andes y después de haber escrito su segundo éxito “Boleros en La Habana”, destacan su formación multicultural, que incluye estudios en Alemania y Cuba. Ese año, debió partir a Suecia acompañando a su segunda mujer, Ana Lucrecia Rivera Schwartz, quien fue la embajadora de Guatemala en Alemania.

Si uno cree que cada individuo es el artífice de su propio destino, Ampuero ha tenido la capacidad para vivir cerca del Olimpo aunque, al cabo de treinta años, los dioses hayan cambiado. En cambio, si uno cree que el destino está determinado por alguna fuerza sobrenatural, Ampuero es un elegido. Como sea, su vida ha sido excepcional en el más estricto sentido de la palabra.

En rigor, Roberto Ampuero Espinoza es hijo de una familia porteña de clase media con orientaciones políticas de derecha. Egresó del Colegio Alemán de Valparaíso donde aprendió el idioma germano.

Se matriculó en Antropología Social y Literatura en la Universidad de Chile. Eran tiempos en que el mundo parecía girar violentamente hacia la izquierda. Inscrito en las Juventudes Comunistas y gracias a un contacto en la Embajada de Alemania Oriental, salió de Chile en diciembre de 1973, no como exiliado, sino como estudiante becado de periodismo en la entonces Universidad Karl Marx, de Liepzig.

Socialmente quizás no ha habido otro momento más ventajoso para los chilenos en Europa. El levantamiento de Pinochet contra el gobierno socialista de Allende fue causa de repudio unánime entre todos los grupos políticos de la región, incluyendo a los partidos conservadores, salvo el británico.

Luis Alberto Mancilla, periodista de El Siglo que huyó a la RDA después del golpe, conoció a Roberto Ampuero como un comunista a ultranza: “Era más ortodoxo que varios de nosotros, para él no habían más alternativas que tomar las armas y hacerse proletario”. Si es cierto que trabajó de obrero y garzón en Alemania, como ha contado varias veces, la experiencia duró poco. Entre sus compañeros de habitación estaba Joaquín Ordoqui, periodista cubano exiliado en España, fallecido el mes pasado, hijo de un comandante del ejército que murió cumpliendo arresto domiciliario acusado de disidencia.

Ordoqui le presentó a una cubana y en julio de 1974, Ampuero aterriza en La Habana, listo para convertirse en el marido de Margarita Flores, una mujer influyente, que ha ocupado el segundo cargo en el Departamento de la Mujer, equivalente cubano del Sernam. Ella era la hija de Fernando Flores Ibarra, embajador de Castro en Europa, más conocido como “Charco de Sangre”, por haber oficiado de fiscal en ejecuciones masivas de opositores a la revolución.

Al final de un vertiginoso año, Roberto Ampuero, el de Valparaíso, estaba en el extranjero y bien casado. Se instaló a vivir en Miramar, un exclusivo barrio habanero. Pasó a ser alumno en la Facultad de Literatura en la Universidad de La Habana y llegó a estar muy cerca de personajes importantes como Manuel ‘Barbarroja’ Piñeiro, ministro del Interior y después jefe del Departamento América, organismo que coordinó varias acciones armadas en el continente , incluyendo la articulación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez para derrocar a Pinochet; y Raúl Roa, legendario canciller de Fidel y testigo de la novia.

Por alguna razón el matrimonio se acabó al poco tiempo dejando un hijo. Como Hemingway, en los cinco años que Ampuero estuvo en Cuba, se enamoró de la isla. Pero terminó odiando a Fidel. En Cuba lo pasó mal. Con el divorcio se le acabaron las comodidades y sufrió algunas humillaciones. Su experiencia cubana la contó en “Nuestros Años Verde Olivo”, libro publicado en 1999 con éxito editorial, y razón para que apareciera profusamente en los medios chilenos y cubanos en el exilio, hablando de su “desandar” como comunista. El libro, se mantuvo 24 semanas en el ranking de los más vendidos.

Como haya sido la experiencia, nadie abandona sus convicciones de un día para otro. Roberto Ampuero salió de Cuba de vuelta a Alemania Oriental como militante del MAPU, gracias a la ayuda de Enrique Correa, hoy prestigioso consultor político y ex ministro, por entonces dirigente de ese partido, que ya había decidido dejar las armas como método para restablecer la democracia en Chile.

El diputado Juan Pablo Letelier estuvo con él durante algunos meses entre 1979 y 1980. Compartían una habitación en la escuela internacional Wilhem Pieck, un centro donde jóvenes de varios países y organizaciones vinculadas al eje soviético recibían formación ideológica y militar: “Lo conocí como un dirigente político que se perfilaba muy bien dentro de la UJD, una organización política juvenil que estaba en Europa. Me sorprende un poco su conversión hacia la literatura, pero bueno, cada uno elige su propio camino y la manera de canalizar su experiencia ”.

Los chilenos que vivieron en la RDA lo recuerdan como un tipo muy simpático, afable y respetado como intelectual. Sergio Villegas, periodista de Radio Berlín y autor de “El funeral vigilado de Allende”, trabajó con él traduciendo una biografía del todopoderoso jefe de gobierno, Erich Hoeneker. “Aunque uno tenía las necesidades básicas cubiertas en Alemania Oriental, las tentaciones eran muchas al otro lado del muro”, dice. Roberto Ampuero viajó hacia allá en 1982, siete años antes de la caída del sistema y se estableció en Bonn. Allí trabajó como periodista en la agencia IPS y la Fundación Alemana para el Desarrollo que editaba una revista de estudios sociales para Latinoamérica. De esa época son las fotos en que aparece junto a Mario Vargas Llosa y el ex Presidente de Costa Rica, Oscar Arias. Y en 1987 fue que conoció a Ana Lucrecia, su esposa.


El blindaje de un sobreviviente

Vivir fuera de Chile no significa estar desconectado del país.

Ampuero tiene banda ancha. Hace años que conversa esporádicamente pero de cosas importantes con Cristián Bofill, el director de La Tercera. La relación empezó cuando Bofill leyó “Nuestros Años Verde Olivo” y quiso hincarle el diente a una obsesión que se cruza con su biografía: los grupos militares de la ultraizquierda.

Ampuero, por razones obvias, fue el principio de la hebra y aunque su colaboración fue en un porcentaje menor, gracias a la inspiración, la serie de reportajes que apareció en mayo de 2001 sobre este tema, llevó el título de “La historia oculta de los años verde olivo”.

En adelante, Ampuero atendió varias llamadas de la prensa para contar su experiencia vital como comunista de elite.

Reclutado como columnista dominical de La Tercera, Ampuero se dio tiempo también para escribir en El Mercurio. Tiempo después la información que manejaba sobre unos escritos inéditos donados por José Donoso a la Universidad de Iowa, se convirtió en el germen de otra serie de reportajes polémicos.

En esos diarios y cartas, cuyos fragmentos fueron publicados entre abril y mayo del año pasado en La Tercera, Donoso admitía una inclinación homosexual que lo perturbaba.

Así nació una serie de artículos que encendió el ambiente literario nacional. Lo más comentado fue que se explicitaron, de primera fuente, las pulsiones homosexuales del Premio Nacional de Literatura 1990.

Aunque en la esfera que se mueven los creadores el éxito es un asunto muy puntilloso y discutible, hay algo cierto y es que Ampuero tiene un lugar en el mercado. Sus obras se piratean al lado de Tolkien, Harry Potter y la geisha. Es un autor masivo.

Los lectores críticos chilenos, que vibran con Michel Houllebecq, Enrique Vila-Matas o Julian Barnes, se refieren a él como un escritor bueno pero intrascendente, incluso como inmoral, al darse el tiempo de analizar su trayectoria política.

Una escritora de su generación dice que “él es un animal social, que no da pasos en falso, y los animales sociales no son buenos escritores”.

Camilo Marks, el punzante crítico literario, escribió a propósito de “Nuestros Años Verde Olivo” que “un tema novelesco de nuestro tiempo es el desgarramiento espiritual de quienes dieron su vida a una causa, para darse cuenta que se equivocaron, ejemplificado en las obras de Koestler, Silone, Semprún, o en los libros de ciertos disidentes soviéticos.

Ampuero conoce a esos autores pero no parece haber aprendido nada de ellos en términos que reflejen humanidad, entrega personal, humor y compasión”. Según Luis Alberto Mancilla, ahora integrante del comité editorial de Lom, “Ampuero es un buen escritor, pero no tiene contemplaciones a la hora de lograr sus objetivos, hoy tiene el favor de los Estados Unidos, lo que le permite publicar en todo el mundo.

Es como Julien Sorel de “Rojo y Negro”, egocéntrico, amante del dinero y la buena vida. O como Fouché, el jefe de policía de Napoleón que trabajaba para todos los bandos”.

Ampuero no se inmuta. Desde su escalón lo suficientemente alto oye todo esto como un eco lejano, sin capacidad destructiva alguna. Además, él sabe que lo importante no está en Chile sino en el mismo país donde reside.

Hoy, las nuevas generaciones, como ha escrito a Isabel Allende, asocian las siglas PC con computadores personales y todos los discursos son relativos. Y en ese contexto ha establecido vínculos con el Partido Republicano, que va por la reelección en Estados Unidos, así como con los exiliados cubanos quienes, a su juicio, “en una sociedad cubana post comunista alcanzarán gran influencia política y económica”.

Roberto Ampuero, más que un escritor exitoso es un visionario.