Rancho Las Voces: Libros / Elena Garro, "La ingobernable"; un fragmento
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lunes, julio 17, 2006

Libros / Elena Garro, "La ingobernable"; un fragmento

Juan Soriano. Retrato de Elena Garro, 1948 / Oleo sobre tela / 1.24 x 70 cm / Col. Marek Keller.


C iudad Juárez, 17 de Julio de 2006. (ranchonews) El Universal de México publicó el domingo 16 de julio de 2006, en su sección de Cultura, un fragmento del libro "La ingobernable. Encuentros y desencuentros con Elena Garro", escrito por el periodista cultural Luis Enrique Ramírez (Culiacán, Sinaloa, 1963) y editado por Raya en el Agua, en el año 2000.

«Se trata –dice El Universal– de una serie de textos logrados mediante varias entrevistas en las que el autor retrata todo lo que rodeó a quien es considerada una de las mayores escritoras en lengua española. El capítulo "El destino errante" habla de las relaciones de la también dramaturga con el poder»

Recientemente IFAI anunció que dará a conocer documentos que señalan a Garro como espía para el gobierno mexicano, por tal motivo el matutino reprodujo el capítulo citado, del cual a la vez ofrecemos este fragmento:


VIII

Su destino errante ha dejado a Elena Garro y Helena Paz la costumbre de llevar sus bolsas, enormes como maletas, por donde quiera que van. De una silla a la otra, de la recámara al jardín, de la sala a la calle. Para Elena su bolso es tan importante como el crucifijo blanco que cuelga de su cuello; trae dentro una cantidad enorme de medicamentos que ingiere a lo largo del día. Pero Elena Garro, afirma ella misma, no es una mujer débil:

"Se me cayó la casa encima en 68 y aquí sigo. Otra se suicida ¿eh?"

El dirigente estudiantil Sócrates Campos Lemus aseguró al ser capturado que Elena Garro apoyó económicamente el movimiento y que le propuso a Carlos Madrazo para liderearlos, pero él rechazó esto último. El procurador general de la República lanzó la acusación a la escritora. "Debe tratarse de un error", dijo Elena, y llamó a Madrazo. "Yo no sé nada, Elenita. Yo ni conozco a ese Sócrates", le respondió. Ella lo había visto sólo una vez.

Llamó a la Federal de Seguridad y a Gobernación. "No hay nadie, yo soy un barrendero", le contestaron en ambas partes. Su hija, entonces, la hizo recapacitar: "¡Idiota, estás perdida! ¿No te das cuenta que es un pretexto lo de Sócrates, que todo es por lo de los campesinos y por lo de Madrazo?".

Los periódicos decían que la Garro había huído. "Un can solitario ladra en su casa". Helena decidió citar a los reporteros para que su madre aclarara la situación. Recuerda Elena:

"Nos habíamos pintado el cabello de negro. Helena mandó a Sanborns por unos frascos de Miss Clairol -´terciopelo negro´, no se me olvida-. Salimos del baño chorreando tinte. Un huésped leía el periódico con mi foto; al reconocerme, salió de la casa corriendo y nunca volvió. Ante los periodistas, lo único que declaré fue que yo no tuve nada qué ver. Todos los intelectuales firmaron los manifiestos, les dije, yo nunca; todos los intelectuales desfilaban con carteles diciendo ´abajo el gobierno´, yo nunca. ¿Cómo pueden decir que yo soy la culpable?

"Que hablen ellos, los que lanzaron a los estudiantes a la calle. Ahora se murieron los muchachos y ellos están escondidos abajo de la cama. "¡¿Pero quién, quién fue?!" me preguntaban; había mucha excitación, querían nombres, pero yo no di ninguno. Pues ahí están todos los que firmaban, en los manifiestos de los periódicos, fue todo lo que les contesté; al día siguiente vi que ellos apuntaron los nombres como si yo los hubiera mencionado".

IX

Vuelve a suplicar Helena Paz: "Ya no hables de eso, mamá", pero Elena continúa:

"Una noche llegó un militar. "Ya no hables de eso, mamá" pero Elena continúa:

"Yo tenía mucho miedo porque la casa de huéspedes estaba rodeada de coches sin placas y de hombres con sombrero, y Teresa me dijo que nos iban a raptar y nos iban a aplicar la ley fuga. De manera que yo prefería que me aprehendieran los militares. Le dije al militar: Pase, pase, ¿le sirvo un cafecito? Se lo tomó y dijo que ya se iba. ¡¿Cómo?! ¿No me va aprehender?, le reclamé. Contestó que no, que él sólo tenía órdenes de ver si seguía yo ahí. ¡No, pues deténgame!, le exigí. O hable a la Federal de Seguridad y diga que me detengan. Habló y yo me puse a oír. El que le contestó le dijo: ´Esa señora tiene delirio de persecución, no le haga caso.´ Le pedí el auricular para decirle al otro: Oiga, el gobierno es muy malo con usted, lo tiene ahí en la Federal en lugar de mandarlo a la Escuela Psiquiátrica de Viena; usted es tan buen psiquiatra que nunca me ha visto y ya hizo mi dictamen médico. Ni entendió pero pues se enojó. El militar me dijo: ´¿Le doy un consejo? Váyase. Le dejo mi pistola´ Pero a mí me dio miedo que me encontraran con un arma del Ejército.



"Le hice caso y nos fuimos a Monterrey (...). De ahí nos fuimos a Chihuahua para pasarnos a Estados Unidos. Nos echaron de Estados Unidos, regresamos a Chihuahua, luego a Torreón, y de ahí a México otra vez, porque a Helenita la atacó el cáncer -los médicos dijeron que debido a la tensión nerviosa- y hubo que operarla; además, estaba la urgencia diaria de comer y no teníamos un quinto, así es que hablamos el abogado para que vendiera la casa que teníamos en París a nombre de La Chata; ni ella ni yo podíamos tener cuenta en el banco para que nos enviaran ese dinero, y pedimos que se lo giraran a mi suegra, que antes no me quería, pero empezó a verme bien cuando me separé de Octavio...". La separación definitiva de Octavio Paz y Elena Garro se había dado en 1967, luego de 30 años de matrimonio. Desde 1962, en que él fue nombrado embajador en la India, ella prefirió quedarse en París, pero regresó a México cuando asesinaron a Rubén Jaramillo. Paz renunciaría a la embajada en 68, en protesta por la matanza.

Seis meses después de los sucesos de Tlatelolco, Carlos A. Madrazo, que había salido del PRI en 1965, luego de fracasar en su intento de modernizarlo, moría en un avionazo.

"¿Qué lo mataron? ¿Y quién lo mató?... Yo quería a Madrazo, escribía a favor de él porque era el hombre que tenía las soluciones y el carisma. Buscaban dañarlo, sí, por eso nos acusaron de lo del 68... Yo creo que su muerte pudo ser un accidente o pudo ser una bomba. Pero ¿una bomba? ¿Una bomba y cargarse a tanta gente? ¿A El Pelón Osuna y a tanta gente?... Si lo mataron, yo le digo que se suicidó México".

Contra lo que se dice, afirma Elena, su exilio no fue voluntario:

"Cuando usted vive en una ciudad donde nadie le quiere, alquilar un piso, donde no puede tener teléfono, donde nadie le dirige la palabra, donde lo insultan todos los días, ¿qué puede usted hacer? Que agente de la CIA, que espía del Vaticano, que espía de Castro, que espía de Echeverría... Yo nunca fui del partido de Echeverría. Yo tenía amistad con los Echeverría de años, desde cuando éramos jóvenes. Cuando apresaban campesinos yo le hablaba al ministro Echeverría, no como amigo sino como político: Oiga, a ver si me suelta a esos que han cogido presos y les van a dar tortura. Él era muy cortés, me decía: ´No es de mi incumbencia, pero haré lo que se pueda´. Y sí, lo hacía.

"En México no teníamos dónde vivir. ¡Caramba! Nos inscribíamos en hoteles con nombre falso, y al rato nos salíamos, o porque no teníamos con qué pagar, o porque el gerente nos decía lárguense (...).

"Al final, ya cuando teníamos dinero, unos españoles amigos de mi padre se dignaron a rentarme un piso en Taine 220, en Polanco. Una noche dábamos una vuelta por ahí La Chata y yo cuando nos encontramos a un gatito vagando. A mí me gustan los gatitos pordioseros; son tan monos, tan buenos, son gatos muy bonitos, muy cariñosos. Llevamos a la casa aquel gatito. ¡Ay! Comió esa noche... Le pusimos Tony. Luego vimos a una gatita que andaba ahí perdida -lloran muy triste cuando andan perdidos- y también la recogimos; le pusimos Ana María y se hizo esposa de Tony, estaban juntos siempre, y luego pues tuvieron hijitos, tres...

"Una noche llegaron unos estudiantes. Eran los únicos que nos visitaban, todo mundo nos volvió la espalda; llegaban como a las 2 de la mañana a vernos. Eran muchachos buenas gentes. En general los estudiantes eran buenos. Luego se colocaron en el gobierno, pero hasta cierto punto yo los comprendo, porque a ellos los movieron, y si los que los movieron iban a ocupar puestos tan altos, pues era justo que ellos, que habían dado la cara, también lo hicieran... Pues aquella noche ellos me dijeron; ´Ay señito, ahora dicen que como ya usted no es conocida como una mujer honrada, sino al contrario, como una sinvergüenza, que ya la pueden matar.´ ¡Qué barbaridad! Me asusté muchísimo. No podía salir del país porque me enteré de que tenía un arraigo. Entonces, decidí escapar."

XII

Vino después lo que ella llama "el escape". Era el año de 1972:

"Un amigo de Helena tenía una agencia de transportes y era pariente de un político. Fui a pedirle que nos ayudara a pasar a Estados Unidos y me dijo: ´Sí, pero tiene que ser tal día y justo a la medianoche para que la escolta que esté en la frontera las deje´ (...).

"Fue un trayecto penoso, se ponchó una llanta, nos pasó de todo (...). Nos jalamos hasta Houston y el chofer se regresó. Después nos fuimos a Nueva York. En Central Park encontramos un gatito llorando; Helena lo agarró y le pusimos Petrouchka, que es Pedrito en ruso. También rescatamos a una gatita, Lola (...).

"Nos expulsaron de Estados Unidos y nos fuimos con Lola y Petrouchka a España, un país que yo conocía bien y donde tenía parientes y amigos. Llegamos a Madrid con 30 dólares en la bolsa. Un día me fui a la Plaza del Ángel porque era mi punto de referencia cuando estuvimos en la guerra civil, ahí vivían todos los intelectuales, en el Madrid viejo. Me senté a pensar cómo era la vida rara: hacía años había estado yo ahí, en el Hotel Victoria, con Neruda, con Malraux, con todos los grandes...

Elena Garro hubo de pedir limosna en las calles de Madrid. Con su hija y sus gatos vivió en varias posadas hasta terminar con ellos en un asilo de mendigos. Era 1981, y fue entonces cuando su novela Testimonios sobre Mariana obtuvo el Premio Grijalbo, dotado con 8 mil dólares. Por esos días el alcalde Tierno Galván supo de su situación y habló con Octavio Paz, quien envió dinero a su hija. Las Elenas decidieron, en aquel momento, olvidarse de la ingrata vida en Madrid y marcharse, con Lola y Petrouchka, a París.

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