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«El pasado se redefine continuamente», sostiene el autor. (Foto: Guadalupe Lombardo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 16 de abril 2012. (RanchoNEWS).- El escritor argentino radicado en España publicó una novela tan polémica como necesaria para continuar desentrañando el legado de la generación militante. Indaga en el pasado de sus padres, que pertenecieron a la organización Guardia de Hierro. Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:
Una mueca de excitación se dibuja en el semblante de Patricio Pron cuando repasa la reciente travesía de sus padres, militantes peronistas en la década del ’70 que se manifestaron junto con los jóvenes en Puerta del Sol. El 15 de mayo del año pasado el escritor se casó en Madrid, donde reside. Ese mismo día se distribuía en las librerías españolas su último libro, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (Mondadori), un texto tan polémico como necesario para continuar desentrañando el legado de la generación militante.
Rubén «Chacho» Pron y su mujer quizá recordaron el epígrafe de la tercera parte del libro, el viejo Perón siempre marcando el compás del futuro con sus frases: «Los padres son los huesos en los que los hijos se afilan los dientes». El hijo se afila los dientes como si dijera: basta de evasivas; es hora de contar lo que de verdad importa. Por ahora es una anécdota. La madre regresó una tarde más que indignada y movilizada: «¡Estos policías hijos de puta, qué se creen, que porque soy una vieja no puedo tener armas! Les voy a enseñar a hacer una molotov, ¡pendejos de mierda!». El hijo sonríe y subtitula la escena: «Mi madre estaba reviviendo su militancia política; con mi padre sacaron un mapa y discutían: ‘Si nos cierran acá, podemos marchar por allá’... Estaban montando la logística para revolucionar el centro de Madrid. Yo les pedía por favor que no dijesen que eran mis padres. Me imaginaba un título catástrofe: ‘Padres de escritor argentino detenidos por prenderle fuego a un cajero del BBVA’».
Más allá de lo anecdótico, Pron revela que antes de que sus padres persistieran en revolucionar el centro madrileño en esos días en que coincidieron el casamiento del hijo, la publicación de la novela y la agitación política, hubo una discusión sobre cómo seguía el 15M. «Yo les decía que después de la demostración de fuerza de los indignados se tenían que organizar y hablar con los partidos políticos. Mis padres sostenían que no había que negociar ni participar de la vía electoral. Me acusaron de ‘reformista’ y ‘conservador’», recuerda el escritor en la entrevista con Página/12. ¿Qué clase de maquinaria narrativa es El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, título que remite a un verso de Dylan Thomas? Difícil resumir las complejidades de un texto que experimenta con varios géneros sin anclar en ninguno. El testimonio, lo autobiográfico, incluso el flirteo con la crónica periodística, están dinamitados por una deliberada experimentación con las formas. Un joven escritor argentino que vive en Alemania regresa al país para despedirse de su padre enfermo y comienza a hurgar en la militancia familiar. Sus padres integraron la organización Guardia de Hierro, hasta que se disolvió tras la muerte de Perón. La pesquisa lo llevará a encontrar la carpeta amarilla donde el padre guarda los papeles de una búsqueda que aún continúa: su amiga Alicia Raquel Burdisso, secuestrada y asesinada por la dictadura militar en Tucumán.
«Aunque los hechos narrados en este libro son principalmente verdaderos, algunos son producto de las necesidades del relato de ficción, cuyas reglas son diferentes de las de los géneros como el testimonio y la autobiografía», aclara Pron en el epílogo para luego citar una reflexión del escritor Antonio Muñoz Molina: «Una gota de ficción tiñe todo de ficción». El cuerpo delgadísimo del hijo se recorta contra la silla. Los dedos de sus manos se aferran a la taza de té. «Nosotros trazamos una especie de línea en el agua –dice ahora deslizando el dedo índice sobre la mesa–. Tan pronto como la línea se diluya, van a venir otros a trazar otra línea. La memoria supongo que también funciona de esta forma. El pasado se redefine continuamente. Aun cuando esta pesquisa haya arrojado ciertas certezas a nivel personal, dar cuenta de esas certezas iría en contra del espíritu del libro, que no se propone ofrecer respuestas sino interrogantes.» Cuando su padre leyó el manuscrito de la novela, le envió al hijo un texto con observaciones, correcciones y objeciones sobre los eventos narrados, que se puede leer en el blog patriciopron.blogspot.com. «No puedo aceptar que los hijos de aquella época y de aquellos participantes de la experiencia que movilizó a buena parte de una generación hayan sido un premio consuelo o una especie de salvoconducto tramitado para escudarse en un allanamiento o ante un retén –retruca Chacho uno de los postulados más urticantes de su hijo–. Para mí es muy importante que esto esté claro, aunque se inserte en un marco de ficción, porque induce a equívocos que harán padecer a muchísimos compañeros y harán dudar a muchos que acogieron y acompañaron nuestra militancia en la certeza de que peleábamos por la vida, no por la muerte.»
¿Qué podría decir sobre la objeción que le hace su padre? ¿Repensó la cuestión de los hijos como “premio consuelo”?
Comprendo perfectamente las razones por las que mi padre objeta esta opinión. Sin embargo mi impresión es ésa: que en algunos casos los hijos constituyeron una especie de manifestación explícita de que los padres habían renunciado a la militancia política o a la violencia. Que los hijos eran una prenda de paz, por decirlo de otra manera. Es muy posible que muchos hijos hayamos sido el premio consuelo por no haber podido hacer la revolución. Entiendo la opinión de mi padre y supongo que parcialmente la comparto. Pero eso no quita que, quizá equivocadamente, yo piense de otra forma. El libro no está hecho para procurar ningún tipo de conciliación porque no hay enfrentamiento previo. Ciertos aspectos están pensados para que, si otras personas discrepan, cuenten su versión.
¿Por qué se resistía a escribir su versión?
Soy un escritor de ficción y requiere una gran valentía escribir sobre estos temas; una valentía que eventualmente no tengo. Los acontecimientos que vivieron mis padres son mucho menos dramáticos que los que padecieron otras familias. También estaba la pregunta de si esta historia merecía ser contada en un contexto donde hay historias mucho más terribles y trágicas, ¿no? En algún momento pensé que el hecho de que mis padres hayan sobrevivido no era una excusa para no contar esta historia. La gran enseñanza de la sociedad alemana después del nazismo es que la memoria no constituye una especie de cualidad intrínseca, sino que es una actividad que las sociedades realizan periódicamente. Lo que quería era participar del esfuerzo colectivo de que los hijos de militantes políticos contásemos nuestra versión de los hechos, para propiciar un diálogo con nuestros padres.
En un momento de la novela lanza un interrogante: qué podía ofrecer su generación que pudiera ponerse a la altura de «la desesperación gozosa y del afán de justicia» de la generación de sus padres. «¿No era terrible el imperativo ético que esa generación puso sin quererlo sobre nosotros?», se pregunta.
La generación de nuestros padres participó de un esfuerzo colectivo valioso que resultó incomprensible para los que vinimos después, que fuimos criados en la década de los ’90, que fue una continuidad del proyecto político y económico de la dictadura; una década de frivolidad y de estupidez muy dolorosa para quienes considerábamos como finalidad de la sociedad otras cosas distintas que el éxito individual y económico. Sin embargo, no creo que ese imperativo ético sea muy importante para mi generación. Es importante para mí y para algunas personas, posiblemente para muchas más de las que yo mismo creo.
Cuando empieza a investigar sobre la organización a la que pertenecieron sus padres, Guardia de Hierro, se percibe que siente un gran alivio al comprobar que, a pesar de que estuvo a punto de fusionarse con Montoneros, algunos militantes, como sus padres, cuestionaron la lucha armada. ¿Es así?
Sí, es cierto. El saber que mis padres no mataron es muy reconfortante porque se adecua más a mi propia visión de la política. Quizás este libro hubiese sido muy diferente si hubiese descubierto que mis padres participaron en acciones armadas. Pero por fortuna no lo hicieron; es consolador saber que mis padres no cargan con muertos. No sé cómo viven aquellos hijos que saben que sus padres mataron. Y desde luego nunca sabré cómo se vive cuando tus padres han sido asesinados. Lo que acabó legitimando la escritura de este libro es que no puedes comparar esas experiencias. Es como comparar enfermedades: no son equivalentes. Plantearlo desde la equivalencia constituye una suerte de moralismo al que me resisto. O participar de una especie de regateo miserable del tipo «Ah, pero mi padre murió y el tuyo no...».
La historia de sus padres también sirve para iluminar un aspecto que suele ser escamoteado: aunque una buena parte de las agrupaciones revolucionarias de los años ’70 adoptaron la lucha armada, no todos los militantes estuvieron de acuerdo con tomar las armas.
El hecho de considerar a todos los militantes violentos legitima la violencia estatal porque la presenta como una especie de equivalente de esa violencia política. Lo que implica una visión reduccionista de la política argentina desde 1955 hasta 1976. Desde el punto de vista narrativo, las historias de grandes acciones armadas suelen ser más atractivas; esa especie de épica de quienes dieron su vida es más interesante que las historias de aquellos que pusieron por delante su supervivencia y la de sus hijos. Esta división que se produce entre «vencedores» y «vencidos» soslaya el hecho de que hay mucha derrota en la victoria y mucha victoria en la derrota. El proyecto de la dictadura, que pareció imponerse y que tuvo un coletazo en la década de los ’90, ha fracasado. La sociedad argentina en este momento tiene un proyecto político vinculado con la concepción de la sociedad que tenía la generación de militantes en los años ’70. Los supuestos derrotados de la historia, la generación de mis padres, introdujeron cambios sociológicos y políticos sin los cuales la sociedad argentina sería inconcebible. Creo que era el momento de pensar si algo del espíritu del proyecto político de mis padres era pertinente y merecía ser rescatado. De hecho no es una novela acerca del pasado, no es una novela destinada a glorificar la experiencia política de mis padres y de su generación. Es una novela que tiene la finalidad de pensar cuánto de todo aquello es pertinente y útil aquí y ahora. Cuando escribí este libro, no tenía idea de la cantidad de organizaciones políticas juveniles que se están multiplicando en este momento en el país, sostenidas y alimentadas por nuestros hermanos menores, que han crecido sin el miedo con el que crecimos nosotros. Esta emergencia de la política en la sociedad argentina es muy reconfortante; es una de las razones por las que tiendo a mirar el futuro del país y de la región en general con cierto optimismo.
¿Qué ecos y resonancias tiene el peronismo para usted?
Es difícil decirlo... Mi propia opinión sobre Perón sería diferente si mis padres hubieran renunciado al peronismo. Pero no lo hicieron, aunque no se encuadraron dentro del partido. Mis padres sostienen que el peronismo fracasó como proyecto político desde el momento en que pasó de ser un movimiento a ser un partido. Ellos rechazaron esa transformación en el seno del peronismo y como perdieron el enfrentamiento con los burócratas del partido se retiraron de la militancia. Aunque ahora están volviendo. Y de hecho están más radicalizados que en el pasado. Mis padres siguen concibiendo al peronismo como una fuerza revolucionaria. Si bien respeto y valoro sus convicciones, no me resulta muy fácil empatizar con ellas. Sin embargo, para mí el peronismo es una especie de reservorio cultural; es muy difícil pensar la Argentina sin pensar en una sociedad atravesada por el peronismo. Incluso aquellos que son antiperonistas, definen su identidad política en torno del peronismo, que parece estar en el centro de la vida política, posiblemente debido a la indefinición de la ideología peronista por parte de Perón. El peronismo es un fenómeno que nunca acabaré de leer, que sigo con mucha atención y con cierta nostalgia por esa promesa provisoriamente incumplida que es el peronismo. Y es una fuente extraordinaria de confusiones y de problemas con mis amigos extranjeros, que consideran que porque tengo padres peronistas y simpatizo con el peronismo soy una especie de fascista mussoliniano. O algo por el estilo.
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