A Edna Ojeda Barrios, hasta La Huejuquilla, la tierra del cardenche, (Cd. Jiménez), Chihuahua,
con el mismo cariño.
Desierto. Qué palabra tan sola, tan falsa, tan engañosa. Nada de lo parco, de lo avaro, hay de cierto en el desierto. Todo ahí es pletórico. Lo pequeño, lo múltiple, lo superpoblado, el detalle, vibran como reflejos de un laberinto mítico de espejos, donde la luz establece su casi imperceptible imperio melancólico. El desierto es por sí mismo una antinomia. Contradiciendo a la nada, el desierto es lo más pleno de presencias de todo cuanto existe. Es el reino de las cosas silenciosas y, por ende, una permanente y tácita afirmación de sí mismo. Todo lo que el desierto calla, otorga. Al hacer suyo el silencio de las lápidas, expresa todo lo vital que hay en las cosas que contiene. Desde el desierto se accede al corazón, al punto medular, a ese tuétano maravilloso que poseen los animales, las plantas y las piedras.
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