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Cartel de la película El Revoltoso. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 1 de mayo de 2012. (RanchoNEWS).- El siguiente texto es el fragmento inicial del artículo de Manuel Ajenjo titulado ¿Qué edad tendrías si no supieras la edad que tienes? y que fue publicado en el periódico mexicano El Economista el pasado 23 de abrilde este año:
Conocí a Germán Valdés Tin Tan, uno de los grandes del espectáculo de México. Lo conocí dos años antes de su muerte ocurrida en 1973 a los 57 años de edad. La enfermedad, cáncer en el hígado, ya hacía estragos en su cuerpo el día que circulábamos en su automóvil y el semáforo nos obligó a parar en Río de la Loza y Cuauhtémoc. Un vendedor de billetes de lotería se acercó a ofrecer su mercancía, descubrió que el que manejaba el auto, su posible cliente, era, nada más y nada menos, que el ídolo del cine nacional avejentado a causa de su enfermedad.
–¿Tin Tan? –incrédulo preguntó el billetero– ¿Eres tú?
–Sí –contestó él.
–¡Qué viejo estás! –expresó con franqueza y en tono de reclamo el vendedor.
Sin inmutarse ni dar mayores explicaciones, don Germán, sentenció:
–Pues tú cuídate, carnal, porque si sigues así de pendejo no vas a llegar.
A los 55 o 56 años, la edad que el cómico tendría cuando sucedió lo que conté, no se es viejo. Sin embargo, el de la lotería lo percibió viejo. En parte, ya lo dije, por la enfermedad que lo había minado pero, sobre todo, porque el vendedor tenía en su memoria la imagen del actor joven, de brillante cabello negro, buen bailador, bullicioso y con gran agilidad física. El Tin Tan de las películas clásicas: El niño perdido, La marca del zorrillo, Simbad el mareado, El revoltoso, Mátenme porque me muero y, por supuesto, El rey del barrio.
Con la anécdota quiero destacar dos fenómenos. Uno es cómo el público –el vendedor de lotería era parte de éste– idealiza a sus elegidos de tal forma que éstos no tienen derecho a, como cualquier mortal, envejecer. El otro es la pertenencia de los artistas a sus admiradores. Te admiro, luego me perteneces, te prohíbo que dejes de ser como yo te concibo.
Siempre que viene al caso un tema relacionado con la edad me acuerdo de la anécdota tintanesca. La frase sentenciosa que el gran pachuco le dijo al imprudente billetero me ha servido de divisa más de una vez. Sea sola o combinada con el conocido refrán de «como te ves me vi, como me ves te verás» (si llegas güey).
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