Rancho Las Voces: Cine / Italia: La pasión y la rabia
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jueves, septiembre 04, 2014

Cine / Italia: La pasión y la rabia

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El actor Willem Dafoe junto a Abel Ferrara, realizador de Pasolini, en la presentación de la película en Venecia (Foto: Reuters)

C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de septiembre de 2014. (RanchoNEWS).- «El fin no existe. No queda otra que seguir esperando. Algo sucederá», le dice el personaje interpretado por Riccardo Scamarcio a Ninetto Davoli, figura imprescindible en el cine de Pasolini. Se lo comenta sobre unas escaleras que no parecen llevar a ninguna parte. Y ahí, sin más, sin otra revelación que el más doloroso de los cansancios, se acaba la absorbente, lírica, profunda y triste película de Abel Ferrara sobre, precisamente, Pier Paolo Pasolini. Pasolini se titula. Una nota de Luis Martínez para El Mundo:

Sorprendente. Ferrara, contra todo pronóstico, abandona la máscara de Ferrara que desde hace décadas arrastra consigo para ofrecer el más equilibrado y dolido de sus trabajos. Ni rastro de la violencia convulsa de sus producciones de los 90 ni un simple amago del desaliño formal, argumental y de ideas de sus películas más recientes. De repente, el director del Bronx opta por una elegante sencillez para acercarse a «la pasión y la compasión» (las palabras son suyas) de un hombre, un mito; el mito contemporáneo que más se parece a una herida.

Un momento, ¿pero no era ésta la película destinada a aclarar, por fin, 40 años después, el mayor y más hiriente de los misterios de la Italia reciente? ¿Acaso no declaró tiempo atrás el director que él sabía quién había sido el 'verdadero' asesino? ¿Qué significa todo esto? «Todo eso no es más que basura. Jamás declaré tal cosa. Mi única intención fue retratar a un hombre y su trabajo», contesta Ferrara. Dolido.

En efecto, Ferrara se limita a dejar que Willem Dafoe como imagen idéntica viva durante apenas un instante en la piel del intelectual, cineasta, escritor, provocador y, por todo ello, poeta. La cinta recorre tan sólo unos días; los que desembocaron en su brutal asesinato en la playa de Ostia el 2 de noviembre de 1975. En la pantalla se escenifica el improbable encuentro de lo vivido y lo soñado. Los personajes de Pasolini se mezclan, discuten y se esconden detrás su autor. Quizá son lo mismo.

El director se esfuerza no tanto en contar nada como en reproducir o intuir la no tan lejana sensación de la muerte. «El arte narrativo ha muerto», recita uno de los personajes. «Estamos de luto. Mi cuento no es un relato es la parábola de la relación del autor con la obra por él creada».

Tal vez en esa frase se resume no tanto el ideario del director de Saló o los 120 días de Sodoma como la intención del propio Ferrara. Y así, poco a poco, la película se va vaciando de cualquier argumento hasta transformarse ella misma en su propia parábola. La película, en efecto, no pretende otro argumento que el propio Pasolini, que el propio cine.

Y al fondo, la muerte; la muerte como la consecuencia más simple de todas las acciones del hombre. Se especulaba sobre si la película añadiría algo a la teoría que apuntaba a algo así como un asesinato de Estado. O, mejor, según el ruido del ambiente, Pasolini habría sido la víctima necesaria de una especie de aquelarre sangriento en el que participaron todas las instancias e instituciones de la sociedad entera.

Según esta hipótesis, el director de Accatone, un hombre denostado tanto por el Partido Comunista (del que fue expulsado en 1949 por su homosexualidad) como por la Democracia Cristiana («él se lo ha buscado», aseguró Andreotti ante su cuerpo aún por enterrar), habría sido simplemente liquidado, exterminado. El motivo, más allá de figura siempre incómoda, sería lo que estaba a punto de revelar.

Se supone que el cineasta dispondría de datos inéditos sobre el misterioso accidente de avión en el que, en 1962, murió el industrial Enrico Mattei, presidente de la compañía pública italiana ENI, y sobre el asesinato del periodista Mauro de Mauro que, precisamente, investigaba lo anterior. Según esta, de momento, especulación Pasolini tenía intención de sacar a la luz en Petróleo, su obra póstuma, todo. Si Ferrara hubiera tenido todo esto en en cuenta, estaríamos delante de así como JFK, de Oliver Stone.

Pues bien, nada de lo supuesto aparece en Pasolini, de Ferrara. Lo que no quiere decir que sea verdad, cuidado. Simplemente, no es el tema. Al revés, la cinta se limita con paso tranquilo a hundirse hasta la hondo. Y, como suele ocurrir en estos casos, lo más profundo no es más que un reflejo de la superficie. ¿Y si simplemente fue víctima de un vulgar asesinato; un crimen provocado, como todos, por un mundo absurdo y violento? Quizá, el unico universo posible. Hemos llegado.

Le pregunta un periodista a Adriana Asti, la misma que trabajara con Buñuel en El fantasma de la libertad, por la personalidad del que fuera su amigo. En la película oficia de madre. Le inquiere por una anécdota inédita. Y ella cuenta que paseaban juntos, comían, charlaban... Tan sencillo. Luego, claro, arranca a llorar. «No queda más que esperar. Algo sucederá». Abel Ferrara redimido.

Por lo demás, la jornada aún dispuso de tiempo para dos sorpresas más. Quizá no tan mediáticas como la anterior, pero igual agradables. Que es lo que cuenta. En la sección oficial se pudo ver Red amnesia (Amnesia roja), del director chino Wang Xiaoshuai. La película, que a buen seguro dará la Copa Volpi a su protagonista la veterana actriz Lu Zhong, quiere ser el retrato puntual de una generación. Aquella que, tras vivir todas las revoluciones posibles (la comunista y la otra), ha acabado por no saber quién es. Ni para qué. De paso, el director consigue una acertada y cruda aproximación a los accidentes de la memoria. La histórica y la otra.

Y, por último, Joe Dante. Fuera de concurso, el padre de los Gremlins presentó Burying the ex (Enterrando a mi ex). Para él, el premio a la cinta más divertida de Venecia hasta hoy. Sea de la serie que sea (A o B). La película es a la vez homenaje al género del que procede, fantasía cinéfila y, lo más evidente, una comedia. Y muy brillante. Para aullar de risa.

Sólo queda un día para el final de Venecia... «No queda otra que seguir esperando. Algo sucederá». Pues eso.

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