La obra Lady on a bus, tomada por la fotógrafa en Nueva York en 1957. . (Foto: DIANE ARBUS)
C iudad Juárez, Chihuahua. 31 de julio de 2016. (RanchoNEWS).- El museo expone decenas de imágenes inéditas de los primeros siete años de la carrera de la fotógrafa, una artista perturbadora que se quitó la vida a los 48. Mateo Sancho Cardiel reporta desde Nueva York para El País.
Hace nueve años que Doon y Amy, las hijas de la fotógrafa Diane Arbus (Nueva York, 1923 — Nueva York, 1971), cedieron el archivo de su madre —que se quitó la vida en 1971— al museo Metropolitano de Nueva York. Lo habían encontrado en cajas en el sótano de la casa del Greenwich Village, donde fue hallado su cuerpo sin vida 48 horas después de dar su último latido, y en ellas había miles de documentos: fotografías inéditas, cuadernos de notas y correspondencia.
«La explicación de la foto siempre es más interesante, o al menos más compleja, que la foto en sí», decía la retratista del anonimato más extraordinario. Una fotógrafa que llegó demasiado tarde (a los 33 años) y se fue demasiado pronto (a los 48), casi sin dar tiempo al mundo para descubrir su talento. Ahora, en 2016, todavía queda tanto por explicar que en el Met, tras años ordenando su legado, han decidido empezar simplemente por el principio con la exposición Diane Arbus: In the Beginning, que desde el 12 de julio hasta el 27 de noviembre estará abierta en el edificio Breuer de la calle Madison.
Son más de 100 fotos, dos tercios de las cuales jamás se habían publicado ni exhibido. Todas ellas de entre 1956 y 1962, y muchas reveladas e impresas por ella misma. Arbus consideró su debut como fotógrafa en ese 1956, aunque no era una neófita. Su marido, Allan Arbus, le había regalado una cámara en 1934 y había trabajado para revistas de moda como Vogue y Harper's Bazaar. Pero ella sabía que era otra cosa, por eso el recorrido empieza en el momento en el que pintó un #1 en uno de sus carretes. «Esta exposición es una representación de cómo un artista se convierte en lo que realmente quiere ser», explica a EL PAÍS el comisario de la muestra y encargado del departamento de fotografía del Met, Jeff Rosenheim.
The Backwards Man in his hotel room, tomada en Nueva York en 1961. DIANE ARBUS
Entonces Diane Arbus hizo la metamorfosis hacia sí misma. Salió a buscar a la calle los lugares nuevos en los lugares comunes, a separar a los individuos de sus rutinas y captarlos en ese mismo instante. No a sorprenderlos, sino a mirarlos fijamente hasta dejar todas sus capas y sus colores condensados en las dos dimensiones y en la escala de grises. «La cámara, de alguna manera, los arregla», decía sobre sus criaturas hermosamente desgarradoras, y esta exposición está llamada, según los organizadores, a «reflexionar sobre el papel de una cámara en nuestra sociedad».
En un mundo obsesionado con embellecer, que filtra compulsivamente en Instagram, ella echaba un manto de humanidad sobre sus fotografiados. Un flash que en realidad no iluminaba, sino que escuchaba. Disparaba sentimiento contra esa anciana en un hospital, pero no compasión. Dejaba al natural a un bañista de Coney Island o no dejaba escapar esa curiosidad en la mirada de niños desarrapados del Lower East Side. También captaba la evasión de los momentos de cultura popular, como un beso de la película Baby Doll, de Elia Kazan, o unos artistas de circo. Quizá una morgue donde un cuerpo abierto espera con cierta impaciencia a que llegue un forense. Hasta los retratos de las señoras con pieles de la Quinta Avenida tenían un eco de empatía. Hasta la hipocresía parece ante sus ojos más auténtica, aunque ella misma siempre dijo que la realidad le llegaba en el revelado por sorpresa. «La foto nunca es lo que había pensado. Siempre es o mejor o peor», aseguraba. Ella acabó hartándose, precisamente, de fluctuar también en su ánimo en ese peor y ese mejor y se acabó llenando la boca de barbitúricos.
Female impersonator holding long gloves, tomada en Nueva York en 1959. DIANE ARBUS
En la selección que ha hecho el Met de sus fotografías iniciales (siete años que, en realidad, suponen la mitad de su trayectoria) priman las realizadas en 35 milímetros, aunque los comisarios no pueden resistirse a dejar para el final algunas de sus imágenes más icónicas. Eso sí, han preparado la exposición de manera audaz: al salir del ascensor de la segunda planta de la antigua sede del Whitney Museum, el visitante se topa con un bosque de pilares, cada uno de los cuales tiene su propia foto. Como si fueran las calles de esa ciudad por la que Arbus vagaba de barrio en barrio. Como si cada fotografía quisiera dar esquinazo a todas las demás. Cada retrato busca desnudar su alma de manera íntima en el formato por definición exhibicionista que supone un gran museo. Y el visitante puede intercambiar susurros con la imagen.
«Es como una ciudad con todos sus individuos luchando por una identidad, buscando su futuro. Es como si salieras de un portal y te encontraras con esta gente. Cuando sales de tu casa en una ciudad, ahí están. ¿Quiénes son? ¿Cómo llegaron hasta aquí?», concluye Rosenheim. Como si se recreara esa sensación de encuentro fortuito que buscaba Arbus, quien decía: «Nada es tal y como me habían contado. Lo único que reconozco es lo que no conozco».
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