Air Power (1984), de Jean-Michel Basquiat, perteneciente a la colección de David Bowie, estimado en 2,5 millones de libras (3 millones de euros). (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 16 de julio de 2016. (RanchoNEWS).- La cita es el 10 y el 11 de noviembre, en la sede londinense de Sotheby’s: se subasta la colección de arte de David Bowie, más algunas extraordinarias obras de su mobiliario, en total unas 400 piezas. Tiene carácter de gran evento: para abrir el apetito, se exhibirá previamente en Londres, Los Ángeles, Nueva York y Hong Kong. Diego A. Manrique reporta para El País.
Según el dicho, «La hierba siempre es más verde al otro lado de la valla», David se zambulló en el mundo del arte en los años noventa, una vez pasada su etapa de máxima popularidad como cantante. En portadas y escenografías ya había mostrado su sensibilidad por el arte contemporáneo, pero en esa década se apuntó al consejo editorial de la revista Modern Painters y entrevistó a Balthus, Damien Hirst, Jeff Koons o Tracey Emin. Esta última le ofreció consejos para su propio crecimiento como artista visual.
Formado en la School of Art de Croydon, Bowie pintó y dibujó de forma intermitente, guardando cuidadosamente todo lo que produjo. Incluso le sirvió como terapia para sus ocasionales bloqueos creativos: «De alguna manera, trabajar sobre una superficie en blanco me ayudaba a resolver mis dudas musicales». Consciente de que había demasiados cantantes convertidos en pintores aficionados, Bowie mantuvo un perfil bajo y solo expuso en 1995, en una galería de Cork Street, entonces el centro del negocio del arte en Londres.
Un recuerdo personal: a finales del siglo XX, resultaba duro charlar con Bowie sobre cuestiones musicales, aunque la excusa para el encuentro fuera el lanzamiento del álbum Hours. Se interesaba más por la actualidad de los grandes museos españoles. Con falsa inocencia, preguntaba si podría visitar el Guggenheim bilbaíno un lunes, para disfrutar en soledad de sus tesoros.
Según el chiste, «Comprar arte es la señal con la que Dios avisa de que una estrella de rock tiene demasiado dinero». Como en todo, Bowie fue extremadamente precavido en el mundo del arte: utilizó sus encantos, aprovechó sus amistades y, en general, compró barato. Tenía obras modestas de Rubens y Tintoretto, pero reconocía que carecía de capital suficiente para aspirar a cuadros de Dalí, Francis Picabia, Georges Braque y demás grandes nombres del siglo XX, «ni siquiera pregunto por los precios de David Hockney o Lucien Freud».
Obra de Damien Hirst perteneciente a la colección de Bowie y valorada en 300.000 euros.
Aunque se negaba a especializarse, acumuló abundantes creaciones de pintores británicos: Peter Lanyon, Patrick Cauldield, Stanley Spencer. También buscó las imágenes londinenses de Leon Kossoff y los paisajes de John Virtue o William Nicholson. Manifestaba especial devoción por los ásperos retratos de Frank Auerbach, uno de los escasos niños judíos a los que se permitió emigrar de Alemania en 1939; según Bowie, «Auerbach pinta como a mí me gustaría sonar».
Demostró agilidad para las oportunidades. En 1994, hubo una agria polémica en Reino Unido por Croatian and muslim, una denuncia del escocés Peter Hewson sobre las violaciones en las guerras de la antigua Yugoslavia: a pesar de que era un encargo, el Imperial War Museum rechazó adquirir el cuadro y Bowie se lo llevó por 18.000 libras. Tras participar como actor en la película Basquiat, consiguió hacerse con Air power, obra del pintor de Brooklyn que ahora ha multiplicado su valor y podría alcanzar cerca de cuatro millones de euros.
David no se presentaba como un coleccionista sistemático: declaraba que compraba «de forma obsesiva, adictiva». Era consciente de que abundaban los críticos y los marchantes desairados que le atacaban por su eclecticismo, alegando que no había coherencia en sus compras. Su respuesta era que no funcionaba como un comisario de exposiciones, buscando conexiones o planteamientos panorámicos: echaba mano a la chequera cuando encontraba cuadros que le golpeaban emocionalmente, que le hacían reaccionar.
Tenía sus prevenciones respecto al arte conceptual. Poseía una copia de un famoso readymade de Marcel Duchamp À bruit secret, pero se preguntaba si tales ocurrencias no eran una sigilosa confesión de las carencias de Duchamp como pintor. Con todo, estaba dispuesto a burlarse de las jerarquías artísticas. Participó en una memorable farsa: la reivindicación de Nat Tate, un «expresionista abstracto» que supuestamente se suicidó en 1960; Bowie leyó en público fragmentos de una biografía firmada por William Boyd, un libro que era pura ficción. No existía el tal Nat Tate pero, durante unas horas, muchos enterados alegaron estar perfectamente al tanto de su vida y obra.
Socialmente, parecía preferir la compañía de la gente del arte a la de los músicos, a los que únicamente recurría cuando llegaba la hora de grabar o actuar. La tropa del rock tendía a ser monotemática y además podían arrastrarle a los viejos excesos. Dicho sea con todas las salvedades: algunos de sus amigos del arte no eran precisamente modelos de sobriedad.
Entre algunos de los íntimos de David, la noticia de la subasta ha causado consternación. Consideran endeble la excusa de los herederos: que la colección necesita un espacio del que carecen. Cabe imaginar, sin embargo, que alguien tan previsor como Bowie asumía que su museo particular se iba a dispersar. Según la viuda e hijos, siempre había facilitado el préstamo de las obras que poseía para exposiciones antológicas. Y la familia se queda con un número de piezas por motivos personales.
Creaciones de pacientes de una clínica psiquiátrica
La salida al mercado de la colección de arte de David Bowie ha enfrentado a los dos gigantes del mercado, Christie’s y Sotheby’s. El segundo se ha llevado finalmente el gato al agua y está preparando un voluminoso catálogo, Bowie / Collector, que costará 110 libras (131 euros) con retratos de 267 cuadros y unas 120 esculturas y piezas de mobiliario. Se ha dividido el conjunto en tres bloques. La tercera puja incluirá joyas del diseño como el estéreo de los hermanos Castiglioni y creaciones del Memphis Group milanés.
Aparte de las piezas comercialmente más apetitosas, firmadas por Jean-Michel Basquiat o Damien Hirst, encontraremos al Bowie que exploraba el arte africano contemporáneo o el llamado art brut (en su caso, creaciones de los pacientes de la clínica psiquiátrica Gugging, en Viena).
Antes de que se desperdiguen, alguien debería escribir una crónica de las andanzas de Bowie como coleccionista. Se sabe que su fama le permitía acceso directo a los estudios, lo que se traducía en precios-de-amigo. Al menos, cumplía con la promesa de no especular con las obras: detestaba el concepto de «arte como inversión económica».
Con algunos artistas hubo colaboraciones de ida y vuelta. Derek Boshier realizó la portada del disco Lodger, en 1979, y al año siguiente pintó al Bowie que encarnaba al Hombre Elefante en Broadway. Con Damien Hirst, confeccionó un spin painting titulado Beautiful hallo spacee-boy painting. Y Tony Hoursler dirigió el melancólico vídeo para su canción Where are we now?
REGRESAR A LA REVISTA