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Un traductor amateur argentino hace una versión completa por primera vez en español de la obra más oscura y compleja de Joyce de la mano de una prestigiosa editorial independiente. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 22 de julio de 2016. (RanchoNEWS).-«riverrante, pasando Eva y Adán, de curva ribereña a codo de bahía, nos trae por un comodioso vicus de recirculación de vuelta a Howth Castle y Environs». No, no han leído mal ni hay errores tipográficos. Así arranca la primera traducción completa al español del Finnegans Wake, la novela más oscura, compleja y ambiciosa de James Joyce, una obra inclasificable por su estructura circular, su audaz transgresión narrativa y el empleo de miles de neologismos, vocablos distorsionados y términos híbridos de varios idiomas. ¿Una obra intraducible? Eso se creía hasta ahora. Pero la prestigiosa editorial independiente El Cuenco de Plata se ha enfrentado a esa asignatura pendiente y acaba de publicar en Argentina la primera versión íntegra en castellano de la novela. Y lo ha hecho confiando en las buenas artes de un traductor tan atípico como apasionado, Marcelo Zabaloy, un ex instalador de redes informáticas de 59 años alejado totalmente de esa hoguera de las vanidades que ilumina el mundo literario. Reporta desde Buenos Aires César G. Calero para El Mundo.
Zabaloy, que ya entregó a la imprenta hace un año en la misma editorial la cuarta versión española del Ulises, reside en la apacible ciudad de Bahía Blanca, a 650 kilómetros de Buenos Aires. Ex jugador de rugby, bien podría ser uno de esos personajes prodigiosos creados por el escritor irlandés. «La verdad, no tenía ideas preconcebidas sobre si el Finnegans era o no intraducible», confiesa por teléfono. Su Ulises ha cosechado buenas críticas en Argentina y lleva vendidos 3.000 ejemplares, una cifra nada despreciable para un clásico al que tampoco es fácil hincarle el diente. «Cuando comencé a traducir el UIises lo hice de una manera espontánea. Y al terminarlo me quedé con una sensación de falta de objetivos intelectuales. Entonces me puse a curiosear el Finnegans para saber qué grado de dificultad tenía con esa reputación de libro impenetrable. Y encontré lugares que son remansos de belleza y otros en los que vuelve la oscuridad y el cielo se cierra». Si Joyce empleó 17 años en escribir el mamotreto más indescifrable de la literatura universal, a Zabaloy le tomó siete años traducirlo, los tres últimos a tiempo completo, dedicando diez horas diarias a buscar el equivalente español a esas 250.000 endemoniadas palabras, muchas de ellas con varias interpretaciones posibles: «He tratado de que sea como un espejo del original, con el mismo número de páginas en español (628), pero sin que se trate de una traducción literal. A quien lo quiera leer en inglés, le será más sencillo ahora seguir el hilo con esta traducción».
Zabaloy asegura no haber leído las traducciones parciales que ya había publicadas en español. Víctor Pozanco realizó una versión abreviada de la obra para la editorial Lumen en 1993. Un año antes Francisco García Tortosa había publicado en Cátedra el célebre capítulo octavo del Libro I, conocido como Anna Livia Plurabelle. «A Pozanco la crítica lo destrozó», recuerda Zabaloy, quien tomó como referencia de trabajo una traducción inédita francesa y tuvo siempre como faro la impagable ayuda interactiva del FWEET (Finnegans Wake Extensible Elucidation Treasury).
El Finnegans de Zabaloy se presenta a pelo, sin notas aclaratorias ni prólogo. «Las notas o una edición bilingüe podrían haber duplicado o triplicado el número de páginas», se excusa. El gran escritor mexicano Salvador Elizondo (1932-2006) quien hizo ese intento de traducción crítica hace muchos años. Muy influenciado por Joyce, tradujo la primera página del Finnegans con 33 notas aclaratorias. Y ahí se quedó. Un compatriota suyo, Juan Díaz Victoria, lleva tiempo empeñado en dar a luz una versión completa en español con notas en cada página. «A lo mejor le lleva varios años pero no tiene urgencias. Hemos intercambiado opiniones sobre la obra», cuenta Zabaloy, cuyo Ulises y el proyecto del Finnegans contaron con el aval del prestigioso editor Edgardo Russo, quien fuera director de El Cuenco de Plata hasta su muerte el año pasado.
Joyce publicó Finnegans Wake en 1939, diecisiete años después de la primera edición del Ulises y dos años antes de su muerte en 1941. La novela, una gigantesca epifanía poliédrica, arranca con la historia de Finnegan, un albañil que se cae de un andamio y resucita (o se despierta) gracias a unas gotas de whisky para reencarnarse en el personaje central de la obra: H.C. Earwicker. El argumento es lo de menos en esta novela inclasificable que propone un viaje onírico con un sinfín de personajes a través de un devenir cíclico de la Historia. Ante tal desmesura, no cabe una lectura convencional del texto.
A partir de 1924 el escritor irlandés fue publicando en la prensa extractos de su trabajo (Work in Progress). Se conservan más de 14.000 notas de ese esfuerzo titánico que le llevó media vida creativa. Su publicación no dejó indiferente a nadie. A lo largo de los años hubo detractores como Ezra Pound, D. H. Lawrence o Nabokov y entusiastas como Samuel Beckett, Thornton Wilder, Anthony Burgess o Harold Bloom. Entre los intelectuales hispanos, Jorge Luis Borges fue uno de sus más duros críticos: «Es una concatenación de retruécanos cometidos en un inglés onírico que es difícil no calificar de frustrados e incompetentes». Joyce se había defendido desde el principio alegando que el Finnegans no podía compararse con el Ulises. Su pretendida «oscuridad» tenía una explicación. La acción, recordaba su autor, transcurre principalmente por la noche.
A Zabaloy no le preocupa demasiado qué repercusión pueda tener su libro entre la crítica y los expertos. «¿Cuál es el problema de que un tipo de la Pampa que sale debajo de una baldosa haga esto? ¿A quién le puede molestar?», se pregunta el traductor: «Trabajé toda mi vida reparando máquinas de oficina, instalando cables para computadoras. Hice esta traducción, como la de Ulises, por gusto. Es como una adicción».
A quien probablemente le habría gustado que un tipo como Zabaloy tradujera sus obras (al menos el Ulises) es al propio Joyce. Seguro de ello se mostró el escritor irlandés Declan Kiberd, autor del prólogo de la edición más vendida del Ulises (la publicada por Penguin Classics). Kiberd asistió el año pasado en Buenos Aires a unas jornadas sobre cultura irlandesa y declaró al diario uruguayo El País: «Joyce escribió el Ulises pensando en gente como Zabaloy. Lo escribió para porteros, para guardas de tren, para personas con oficios comunes o trabajos mecánicos. Con el Ulises estaba celebrando a la gente común». Y gente común, ya se sabe, hay en todas partes, de Dublín a Bahía Blanca.
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