Cartel de la Película. (Foto: ARCHIVO)
C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de agosto de 2016. (RanchoNEWS).- El director retorna a sus esencias, al retrato sutil e íntimo de la historia de China. La crítica es de Javier Ocaña para El País.
Cuando a Zhang Yimou le da por volver al hogar, las luces se encienden. Su morada es la primera fase de su filmografía, a la que sucedió una suerte de épica grandilocuente, de acción impresionista, hinchada hasta un barroquismo churrigueresco de narrativa imposible, la de películas como Hero (2002), La casa de las dagas voladoras (2004) y La maldición de la flor dorada (2006). Quizá aún esté en el umbral, sin lograr entrar en la excelencia de sus primeras películas, pero con Amor bajo el espino blanco (2010) y esta Regreso a casa (2014) que hoy se estrena en España, retorna a sus esencias, al retrato sutil e íntimo de la historia de China. Aquí, los ecos, la descomposición y los desmanes de la Revolución Cultural de Mao.
Últimos tiempos de la purga de altos cargos del partido, de intelectuales de la República Popular. Alrededores del año 1973. Ahí se ambienta el excelente primer acto de Regreso a casa, con un padre represaliado y fuera de foco, entre la cárcel y la huida, una madre paciente y doliente, cargada de fuerza pero ausente de brío, y un interesantísimo tercer vértice del triángulo: una hija adolescente absolutamente convencida de los ideales del partido, en las antípodas de cualquier cuestionamiento, y muy ambiciosa en su vertiente artística, aquí el baile por la Revolución, por Mao, por su país, danzas por el pueblo con el fusil en las manos. Época de advertencias, de amenazas, de interrogatorios. Y Yimou confecciona su relato a través de un melodrama de sentimientos y sensaciones de gran apoyo musical, mejor cuando es el erhu, tradicional instrumento chino de cuerda, el que lanza sus notas desgarradas, y algo más melifluo cuando son las blanditas notas de piano las que dominan.
Película de miradas perdidas, de vidas extraviadas por culpa de la dictadura, Regreso a casa se adentra entonces, en su segunda mitad, en una metáfora acaso demasiado subrayada sobre la memoria histórica, con la que Yimou incide más en la intimidad de la familia que en la macropolítica del país, ya a finales de los años 70. Y con Gong Li, actriz fetiche de su primera época, como imagen de ese retorno a sus mejores películas de temática, tono y estilo semejantes a ésta: Qiu Ju, una mujer china (1992), ¡Vivir! (1994), El camino a casa (1999). Zhang Yimou ha encontrado las llaves de su hogar. Ya solo le falta instalarse.
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