El artista conceptual expone Secuencia infinita, una muestra de 36 piezas en la que reflexiona sobre el tiempo, el color, la relación entre el texto y la imagen y el cine como lenguaje y estructura, en la Fundación Joan Miró. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 1° de julio de 2016. (RanchoNEWS).- El tiempo es uno de los temas favoritos de Ignasi Aballí (Barcelona, 1958). El tiempo en diferentes vertientes y reflejado en diversas temporalidades y formatos. En ocasiones lo ha hecho reflejando su rastro a través de las motas de polvo o mediante el envejecimiento de los objetos y la huella que dejan tras de sí. Para esta ocasión, expone una selección de obras que abarcan desde los años 90 hasta la actualidad en la Fundación Joan Miró con motivo del galardón que le otorgó la institución el pasado año. El tiempo también es protagonista de una de sus nuevas obras: Tiempo como inactividad. Una videoinstalación con relojes de arena crea una relación directa entre el tiempo y el espectador, que está viendo «cómo la arena cae de los diferentes relojes», anota Aballí. Cuando la arena ha caído una mano los voltea y vuelve a empezar. Constantemente. Con Secuencia infinita, un título abierto a la reflexión, el artista recurre al contenido temporal, al concepto de retorno, de reiteración, de proceso continuo. Saioa Camarzana lo entrevista para El Cultural.
La muestra, organizada más bien por temas que de manera retrospectiva, cuenta con cerca de 36 piezas que Aballí ha ido creando a lo largo de su trayectoria. Los aspectos que siempre le han preocupado siguen estando ahí pero abordados con diferente narrativa: espacios interrelacionados entre sí con piezas que dialogan sobre el tiempo, la pintura, el color, la historia, la desaparición, el cine como lenguaje y estructura, la relación entre la imagen y el texto, la transparencia y la invisibilidad.
En torno al concepto del color ha realizado una investigación que le ha llevado a zambullirse en el Ulises de Joyce donde «el color es una referencia continua muy amplia y frecuente», anota. Su interés por ello viene de lejos, de cuando empezó en la pintura, disciplina para la que es un elemento imprescindible. «Después se fue convirtiendo en algo más autónomo sobre lo que fui investigando como concepto general». Se retrotrae al momento en el que empezamos a ver el mundo a color como hito sobre el que reflexionar y apunta que es esa diversidad la que «se puede ver en algunas piezas de la exposición».
Imagen de la videoinstalación Tiempo como inactividad
¿Qué es lo que más le interesa de las teorías del color?
Lo primero que hice fue reflejar la relación entre el color, la pintura y el lenguaje empezando por los nombres que damos a los colores. Hay algunos que tienen nombre de cosa real como el azul cielo, cuando el cielo no tiene un color concreto sino que cambia continuamente, depende del momento del día, de la época del año, de si está nublado o hace sol pero todos entendemos el término. Luego empecé a leer la relación entre el lenguaje y la pintura y fui desarrollando otros proyectos como los relacionados con las pinturas negras que son siete pinturas iguales, siete parecidas y siete diferentes, aunque parezcan iguales.
¿Desde Joyce hasta ahora, hacemos un uso diferente del color o es similar?
El uso del color cambia continuamente, sobre todo a partir de las nuevas tecnologías. Eso ha implicado cambios en su aplicación, denominación y uso. Y vemos cómo la evolución del color está relacionada con la evolución de todo lo demás; los descubrimientos científicos, el lenguaje de la sociedad, etc. De modo que se trata de un aspecto más que evoluciona en paralelo a otros aspectos de cada época.
Otro de los temas a los que Aballí recurre de manera frecuente es el de la invisibilidad de las cosas. Ya en la exposición sin principio/sin final que le dedicó el Museo Reina Sofía se pudo ver, mediante vinilos pegados en los ventanales, conceptos y nombres de elementos y partículas que nos rodean pero que no podemos ver. «Que no lo veamos no significa que no estén y que no nos afecte», dice. Por eso propone al espectador cuestionar la vista como sentido principal para el arte. En Secuencia infinita ha recurrido a piezas realizadas anteriormente y a otros formatos que proponen otras lecturas sobre la transparencia y la invisibilidad, como la obra Pinturas transparentes, que se trata de una serie hecha con un gel acrílico sobre cristal. «La pintura no se percibe porque todo el material es casi invisible pero eso también ayuda a resolver el conflicto entre el pintar y que ese acto físico no implique una imagen», señala.
Imagen de la videoinstalación Repintar Miró
Algo similar ocurre en Repintar Miró, un homenaje al pintor.
Esa obra me interesa mucho. Consiste en pintar una de sus obras de exterior. Primero la pintamos de blanco y luego le dimos color. En ese proceso hay un momento, cuando está blanca, que la escultura casi desaparece y el color le vuelve a dar presencia y cuerpo. El vídeo, que trata sobre la lucha entre la pintura y la escultura y cómo la pintura puede borrar pero también hacer reaparecer, recoge ese proceso.
El uso del vídeo, de hecho, está ganando terreno en su trabajo durante la última temporada. ¿Qué características añade a su ya personal estilo?
Los trabajos con vídeo, aunque ya lo había trabajado algo antes, incorporan la idea de temporalidad, de la imagen en movimiento y el concepto del tiempo. Una fotografía, por ejemplo, es una imagen fija y el vídeo te permite construir un relato narrativo que se va desarrollando a medida que se visualiza. Todo esto me permite reflexionar sobre la estructura del cine y ver que está compuesto de tiempo, de movimiento. Pero un aspecto que me interesa mucho es que la introducción de subtítulos puede incorporar un comentario o una reflexión sobre lo que estamos viendo y construir un nuevo relato a partir de ello.
Secuencia infinita, el título de la exposición, bien podría definir su modo de trabajar ya que una obra le lleva a otra y así, como una enorme bola de nieve a la que se van añadiendo nuevos elementos. ¿Cómo cree que ha evolucionado su obra?
Espero que haya adquirido más densidad, más cuerpo conceptual, que la formalización sea más precisa y que la distancia entre la idea y la obra sea la correcta. Pero a menudo tengo la sensación de que no consigo hacer la obra que quería y es que hay una distancia entre lo que imaginas y lo que haces. Pero esto es lo que en parte me lleva a continuar. Tengo la idea de que soy muy racional, de que todo está muy pensado y que la obra es como la había previsto pero luego me doy cuenta de que no, de que influye el azar, lo inesperado y no solo ocurre por mi parte sino también por los técnicos que trabajan y participan en la obra. Es curioso ver hasta qué punto no controlas tu propio proceso.
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